"Hasta donde sé, soy el primer escritor argentino a quien sin vivir en Buenos Aires le traducen y publican un libro entero en Europa”, me dice Martín. Su voz suena cavernosa y potente, con resabios de su admirado Edmundo Rivero. Y cuando le digo que esta nota es para El Diario de Villa María, contra todos los pronósticos, su primer referencia a nuestra ciudad no es cultural, sino boxística: “Villa María es cuna de dos fenómenos: César Brion y Gustavo Ballas. A Brion lo conocí en los últimos años de su vida y me firmó la tapa de una revista”, dice, señalándome una pila de ejemplares amarillentos que ha sabido comprar en casas de usados o por Internet. Y entonces me cuenta que a los 15 años fue corresponsal de la “Boxing Ilustrated”, una revista de los Estados Unidos. “Es que cuando yo era chico ni pensaba ser escritor. Sólo quería ser boxeador o cantante de tangos. Bueno, todavía quiero ser boxeador, te juro”.
Estamos en la biblioteca de su casa en barrio Cofico, que otrora supo ser la de su padre, el célebre escritor Emilio Sosa López (1921-1992). Esa biblioteca no sólo es un ambiente físico, es, sobre todo, un recinto espiritual, una concepción de la literatura casi extinguida en el país a contramano de las nuevas tendencias. Pero entrar a esa biblioteca es hacerle un corte de manga a la época, como estar en la antesala creativa y existencial de autores de la estirpe de Borges, Mallea o Héctor Bianciotti (todos amigos personales de Sosa López). Sin embargo, casi en las antípodas literarias de su padre en lo que respecta a estilo, Martín ha optado por conservar intacto aquel lugar. Quizás sea su modo de “resistir” boxeando contra el enemigo, rodeado de una familia espiritual de libros y acaso también por el espectro de algunas presencias que de tanto en tanto le dictan páginas o lo hacen dormir cuando cae la noche.
La Córdoba oficial contra las cuerdas
-Entonces, Martín, ¿cómo compaginás el interés que existe por tu obra en otros países con la actual indiferencia local?
-A que Córdoba, como el resto del país, tiene un problema organicista. Así como en los seres vivos el cerebro es el órgano más importante, también lo es en toda organización social que se precie. En los países desarrollados hay un respeto absoluto por aquellos hombres que tienen vida intelectual: científicos, artistas y escritores. Pero en la Argentina, lo primero que se dejó de lado es el cerebro. Ahora sólo funciona la parte digestiva, los apetitos para ser cada vez más ricos, más sexuales, más materiales. Y en esto, Córdoba también ha sido pionera.
-¿Por qué decís “también”?
-Porque Córdoba dio muchas veces el primer salto en varias cosas horribles. Acá nació en 1918 la Reforma Universitaria, cuyo saldo más negativo fue que masificó y politizó las universidades. En el ´55 fue el germen de la Revolución Libertadora que derrocó a un Gobierno democrático y en el 69 vino el Cordobazo, todas formas de violencia sin precedentes. Y, como te decía, la indiferencia hacia el trabajo intelectual también nació acá.
-¿Cómo es que pasó?
-Los primeros grandes intelectuales de nuestra provincia, que fueron Leopoldo Lugones y Arturo Capdevilla, se tuvieron que ir porque Córdoba jamás les dio lugar como artistas o pensadores. Igual le pasó en los años 50 a Héctor Bianciotti, en los 60 a Daniel Moyano y después a tantos otros. Cuando yo hice la Antología de la Narrativa Cordobesa en el 95, a muchos textos los tuve que sacar de universidades norteamericanas porque acá no estaban. Te hablo de cuentos de Bianciotti, de Enrique Anderson Imbert, de Abel Posse... Eso es algo que todavía me duele y me avergüenza.
-Sin embargo, esa indiferencia no es nueva. Hay un libro de tu padre, “Cuentos para una época incrédula”, en donde él ya mencionaba ese síntoma.
-Así es; y me sorprende muy gratamente que te acordés de ese libro maravilloso. El ya lo venía padeciendo hace rato pero después me tocó a mí. A fines de los 80 me escribí varias veces con el dramaturgo rumano Eugène Ionesco y mi padre me dijo “en Córdoba no te van a perdonar nunca esas cartas”. Cuando saqué mi libro con las tres obras de teatro, Rodolfo Modern, que era una autoridad en el tema, me dedicó una página entera en Clarín, pero acá nadie la vio. Mi padre me decía “cada vez que te hacen una buena crítica, acá nadie compra los diarios de Buenos Aires”.
-¿Nunca te hicieron notas en los medios locales por tu obra o por tus antologías?
-Nunca, ni tampoco las salí a buscar. Lo curioso es que casi no hay otras antologías de literatura cordobesa en la ciudad. Vale decir que no sólo no les importo yo, lo cual no sería nada, sino que tanto a la sociedad literaria cordobesa como a sus medios especializados tampoco les importa ningún intento de sistematización o de punto de vista sobre su producción intelectual. Y esto sí me preocupa.
-¿A qué creés que se debe esa indiferencia?
-Al provincialismo cordobés. Acá cuando pasás un límite no te lo perdonan. En cambio, si no buscás la excelencia, si sos de esos tipos que escuchan cuarteto, acaso te quieran y hasta te respeten porque sos “uno más”.
-Tu configuración intelectual es tan cosmopolita como insobornable a las tendencias de la época ¿Creés que esta “latinoamericanización” de la cultura argentina te ha jugado en contra?
-Seguramente. Y eso nos pasó tanto a mi padre como a mí; sobre todo por no tener ideologías. Eramos simplemente personas democráticas y pluralistas. Pero a eso no lo soporta la gente que siempre ha tenido ideologías cerradas, tanto de izquierda como de derecha. Curiosamente, las dos han terminado haciendo lo mismo: prohibiendo o ignorando al que piensa distinto. El mundo moderno en países como Francia o Estados Unidos es un mundo abierto y lleno de ideas. Un país con muchas ideas enriquece a todos; en cambio, un país con una sola nos empobrece horriblemente. Se dice que Latinoamérica es nuestra “Patria Grande”, pero yo creo que esa Patria Grande es Occidente.
“Ringside” y después
-¿Tuvo alguna influencia tu padre en tu proceso de hacerte escritor?
-Para nada. Yo de chico leía muchísimo, pero eran todos libros políticos o históricos. Además, excluía sistemáticamente la literatura. Con 25 años, tenía una relación pésima con mi padre y escribía a escondidas cosas sueltas que tenían que ver con eso que leía. De hecho, nunca quise ser escritor, sino boxeador, como te dije antes. Hasta que descubrí la literatura y entonces mi vida cambió.
-¿Qué fue lo que pasó en tu interior?
-Pasó que me empezó a funcionar la parte de la fantasía y se me abrió un mundo muchísimo más vasto, un mundo ante el cual la política o la historia me parecían juegos de niños. Y empecé a incorporar ese mundo a mis escritos. Pero nunca le mostraba nada a mi viejo. Me daba horror pensar que él, con su talento intelectual y su seriedad, lo pudiera leer algún día.
-Pero lo leyó...
-Sí. Fue de casualidad un día que mi madre encontró un cuaderno mío y se lo mostró. Eran unos cuentos. A la noche, cuando llegué a casa, él me llamó a esta misma biblioteca y me dijo “vení que tengo que hablar muy seriamente con vos”. Te juro que sentí pánico y pensé “qué macana me habré mandado”, porque por ese entonces tenía algunos problemas con el alcohol.
-Pero no te llamó para retarte...
-No, al contrario; tenía el cuaderno en su escritorio y me dijo “he leído esos cuentos tuyos y me han gustado mucho...”. ¿Te imaginás cómo me sentí? Fue algo inesperado y maravilloso. Pero enseguida me hizo la observación de lo que más me costó en la vida: “Si querés que estos cuentos sean realmente buenos, vas a tener que corregirlos”. Porque con él también aprendí que sólo se corrige lo que sirve y que si bien un cuento se escribe de una vez, te puede llevar años tallarlo. Hay cuentos míos que llegué a pasarlos a máquina más de 30 veces...
-A partir de entonces, ¿cambió la relación con tu padre?
-Absolutamente. Al punto de que pasamos de casi no hablarnos en 25 años a trabajar juntos durante más de 15; no sólo en la revista “Mundi” que él dirigía, sino en varios proyectos. Hasta que murió repentinamente de un ataque al corazón en el 92. No te miento si te digo que todavía no pude superar esa muerte.
-¿Cómo es que has escrito géneros tan diversos como poesía, cuento y teatro?
-No lo sé, pero te puedo decir que mis cuentos son clásicos en el sentido del argumento y que siempre se me ocurrieron en una fracción de segundo con los personajes nítidos. En cambio mis obras de teatro son muy complejas y caóticas, como sus personajes. En mi teatro, lo único nítido son las ideas. Y supongo que esta es una herencia de Ionesco y Beckett. Mi poesía es lo más íntimo de mí, a tal punto que es lo único que escribo a mano.
-¿Tus obras fueron representadas alguna vez en Córdoba?
-Sólo dos veces, pero yo asistí a una sola función. Me acuerdo de que los personajes tenían una máscara de cartón y no se entendía nada de lo que decían. El director estaba como desesperado. A veces me miraba con angustia, pero yo, que estaba entre el público, no paraba de reírme. Me decía a mí mismo que, si al fin y al cabo se hubiera escuchado bien lo que los personajes decían, hubiera sido el mismo caos y nada hubiera cambiado. Pero al final de la obra la gente no paraba de aplaudir y yo no paraba de reírme... ¡Fue una locura! ¡Una locura más loca que la obra!
Y Martín se empieza a reír a carcajadas en la biblioteca silenciosa mientras el retrato de su padre (dibujado a lápiz por Lino Enea Spilimbergo) sigue serio como las fotos de Borges y Mallea y Ionesco, como la gente que pasa por la vereda y quizás no entienda semejante jolgorio en una sala que suele ser silenciosa como un templo. Y cuando llega el momento de las fotos, Martín me dice “¡¿Cómo me vas a sacar una foto? Ni me afeité y encima estoy con esta remera... ¡Parezco un boxeador más que un escritor”. Y entonces le digo que eso está muy bien, que al fin y al cabo es lo que siempre quiso ser y que, además, acaba de tirar varios ganchos y upercut contra la ciudad que injustamente ha olvidado a sus intelectuales.
Luego lo pienso mejor y me digo que Martín Sosa Cameron no le ha tirado trompadas a nadie en concreto, sólo a esas siluetas huidizas que desde el anonimato deciden a quién olvidar y a quién recordar.
Y así, en un movimiento casi impercetpible, mi cámara lo congela como a un peso welter en pleno movimiento; acaso retirándose al banquillo ante el gong final de una pelea durísima contra el tiempo y los fantasmas. Su figura se mueve rumbo al rincón, pero detrás suyo los libros siguen en absoluta quietud. Como el rostro de su padre que en un retrato a lápiz de los años 50 lo mira con orgullo desde el ringside de la vida.
Iván Wielikosielek
Martín Sosa Cameron nació en Córdoba en 1951. En poesía ha publicado “Interior del sueño”, “Par o nimias” y “Poesías dispersas”. En teatro, “La vida perfecta”, “Laverdito” y “Celacanto”. En cuento, “Los hombres de humo”, todos por la editorial cordobesa Lerner.
También fue compilador de dos selecciones de textos de su provincia, la “Antología de la Poesía Moderna de Córdoba”, en 1986 (Ediciones Morena), y el “Imaginero de Córdoba”, en 1995 (Ediciones El Fundador).
Fue cofundador y secretario de redacción de “Mundi”, publicación bilingüe en inglés-español dirigida por Emilio Sosa López desde Córdoba y Armando Zárate desde la Universidad de Vermont (USA).
A mediados de los 90 dirigió la revista literaria “Celacanto”. Además, en USA publicó sus obras de teatro “¿Acaso el alma no es impersonal?” y “Los viajeros” y el libro de cuentos “Viejo y enfermo iba yo en mi trineo”.
Durante su juventud fue corresponsal para Sudamérica de la revista “Boxing Ilustrated”.
En el prólogo a la edición rumana de “Interior del sueño” (“Interiorur visului”), el director de la publicación, Daniel Dragomirescu, escribe a propósito del autor cordobés: “Su sensibilidad, en forma de inspiración existencialista, trata de descubrir la verdad más profunda de sí mismo como artista y como ser humano (…) Con certeza, su poesía es de amplia respiración interior y su creador, un poeta sin fronteras”.
Hallazgo
Soy mi padre y mi hijo
soy una gota de lluvia infinita
y que tenga noticias
soy de todos los hombres
el más parecido a mí mismo.
Martín Sosa Cameron (poema de “Interior del sueño”)