Dicen que las malas y las buena noticias las anticipa el viento, quienes saben escucharlo logran interpretar en sus sonidos el mensaje húmedo o seco, furioso o triste, esperanzado o lleno de oscuros presagios. El viento de esta mañana me trajo noticias villamarienses llenas de tristezas.
A Francis traté de “inmortalizarlo” en un cuento de unos de mis libros hace casi diez años. El título del cuento “La mirada de Dios”, es la historia de un fotógrafo acróbata o pájaro, que observa la realidad desde otros ángulos, sobre todo desde la altura, esa altura que permite la distancia justa para separar lo superfluo de lo necesario.
Lo conocí de esa manera, subido a una columna de luz en un acto escolar en Hipólito Yrigoyen y Entre Ríos y aunque su biografía da como fecha de llegada a la ciudad los años 70, puedo asegurar que en los 60 ya hacía acrobacia por los tejados. Esa imagen me acompañó siempre y entiendo que ese cuento ya se había escrito en ese acto escolar y también se había abierto para siempre mi imaginación.
Después las fotos sociales, cumpleaños, bautismos, casamientos, su diario vivir que ocultaban la mirada del artista empeñado en una mirada más tridimensional de la realidad que observaba, no sería exagerado de mi parte aseverar que cada foto, era para él más importante que el acontecimiento que retrataba, y que esa instantánea de la realidad la sacaba como constancia de haber vivido en forma trascendente y una copia, por mera obligación económica, se las daba a los dueños de las fiestas. Nada más tengo que decir que no esté descripto en el cuento y que comienza de esta manera, “Su trabajo era impecable, creativo. A veces tenía la mirada de un pájaro, de un muerto, de un soldado en el desfile o de bala de cañón. Supo mirar como tintero de escritorio en discursos de colegios, diploma en colaciones de grado, agua bendita en las ceremonias de Bautismo, ramo de novia, humo del tren en las despedidas.
Daniel Esper
La relación con Daniel Esper era fraterna, compartíamos una infancia villamariense en barrios distintos, de pelotas de trapo, carnavales, sirena de lo Baudino, Chac, Kreo, pero sobre todo compartíamos la pasión por los “símbolos patrios”, yo hacía flamear los colores de Unión Central, para él, en cambio la camiseta de Alumni lo representaba más que la Bandera argentina y la legendaria bandita del club superaba ampliamente a la Sinfónica del Colón. Y tenía razón, los colores del club es la infancia, es la madurez, la vejez y la mortaja.
Les resultará curioso este dato, cuando viajaba y viajo a mi ciudad, nos encontrábamos con Daniel en la Gruta de la Virgen, lugar donde suelo a ir a buscar consejos y alivio. No eran encuentros programados, se daban en ese lugar, desde el cual si uno agudiza la visión y deja volar la imaginación, podíamos ver el zoológico, el puentecito que nos llevaba a los juegos y el salón de baile La Enramada. Todo aquello que ya se fue.
Años atrás en plena crisis de Alumni, me ofrecí para ayudarlos desde cualquier lugar de la batalla que iban a dar, con gran sorpresa recibí el nombramiento y el título más importante de mi vida, y soy sincero, Delegado de Alumni ante la Asociación del Fútbol Argentino. Lamentablemente no lo pude entrenar al flamante título ni tampoco sentarme a la mesa de los dirigentes de la AFA para demostrarles por qué Alumni le podía ganar al Barcelona de Messi, con un poco de suerte y jugando de local, como me lo había explicado Daniel en la mesa de un café... y me había convencido.
Piloto y navegante, navegante y piloto de Alumni, se fueron casi juntos envueltos en la bandera con mi amigo entrañable Eduardo Rodríguez, que no quiso ser juez ni fiscal ni abogado, solamente presidente de Alumni.
Quizás la palabra utopía se inventó cuando algún poeta o escritor lo conoció a Daniel hablando de su club y la definió de esta manera “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”, Eduardo Galeano.
A los dos mi agradecimiento, mi respeto y una vela ardiente en la Virgencita de la Gruta.
Ernesto Fernández Núñez
Secretario General Sociedad Argentina de Escritores (SADE)