Mi nombre es Liliana Puga, soy de Villa María, en mi partida de nacimiento figura que nací el 14 de septiembre de 1976, firmada por la partera Anita B. de Gandón, pero sé por mi padre de crianza que fue Mafalda Journade la partera que me entregó a ellos.
A lo 8 años me enteré de que mis padres no eran mis padres biológicos. Al preguntarle a mi madre adoptiva por primera vez, me lo negó rotundamente. A partir de ese momento comencé a sentir su rechazo, que mi papá compensaba con su cuidado y protección. Desde ese momento, presentí que no pertenecía a esa familia, ya que mis familiares me lo demostraban constantemente con palabras y tratos despectivos.
Cuando tenía 11 años, le pregunté nuevamente si era “adoptada” y allí me confiesa que, además, había pagado por mí, hecho que aumentaba sus recriminaciones, como si yo fuera una plata malgastada en su vida.
Así transcurren los años haciéndome sola en la calle, con la sola ayuda de mi papá como sostén y compañía.
A los 14 años comienzo a trabajar limpiando un local comercial y mi independencia comienza, no solo económicamente, sino familiarmente, entonces empiezo a pensar con fuerza en mi origen y a buscar pistas que me llevaran a encontrarlo, incluso pensando en que podía ser hija de algún miembro de mi familia “adoptiva”.
El silencio de mi madre o sus versiones distintas hacían que imaginara muchas cosas, como, por ejemplo, que podía ser hija de una prima que había sido echada por haber tenido un embarazo en la adolescencia o de “desaparecidos”.
Al no obtener respuestas a todas mis dudas y mis acciones de búsqueda, desistí de las mismas continuando con mi vida.
Lejos de Villa María y de todo, formé una familia haciendo un paréntesis y volcando todo el amor en mis hijos. Ellos lograron hacerme entender que ya no era hija, sino que ahora era madre y ya nunca más estaría sola.
En mayo de 2009, producto de una denuncia anónima, golpearon la puerta de mi casa anunciándose tres integrantes de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo. Conocían mi historia a través de esa denuncia y me proponen la realización de un ADN por intermedio del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG).
En diciembre de ese año recibí el resultado negativo, no soy hija de desaparecidos, al menos con los datos genéticos de los que dispone el banco. Nuevamente una desilusión, cuando pensaba que por fin todo se estaba aclarando. Sin embargo, eso me da la fuerza para recomenzar aquella búsqueda que había dejado de lado tanto tiempo.
Fue recién el 16 de julio de 2014, a seis meses de fallecida mi madre de crianza, que mi papá decide romper el silencio.
Luego de leer la nota de EL DIARIO realizada al grupo Herman@s y Madres del Alma, decide contarme el resto de la historia. Ahí es donde me entero que fui apropiada y entregada por la partera Mafalda de Journade, al igual que muchos.
Mi padre me muestra en esa nota que hay otras personas que comparten historias similares y entonces decido llamar y contactarme con sus miembros y supe que no estoy sola en esta búsqueda y que somos muchos los que sentimos el mismo dolor, la misma ausencia, que no buscamos culpabilizar ni juzgar, que necesitamos ese “eterno abrazo” que sólo una madre puede brindar.
Allí comienza otra etapa, comprendí que “un árbol sin raíces al final se seca”. Esta soy yo, esta es mi historia...