Pero eligieron quedarse en la ciudad, donde dieron talleres en el Leonardo Favio y crearon la “Escuela Internacional de Yoga Casa del Sol” en barrio Ameghino, reconocido y avalado por el Gobierno de la India. El año pasado, el cónsul Sergio Lais-Suárez vino de visita oficial al espacio de Pasaje Champaquí trayendo músicos de Cachemira, convocando a 150 personas y convirtiendo el patio en una celebración bañada por el espíritu del Ganges
No es fácil de explicar pero lo vamos a intentar. Se trata de dos jóvenes (casi dos adolescentes, si se los mira cuando brillan en un áura de puro presente) de apenas 28 años; dos jóvenes que se conocieron en una conferencia y que al decir de ella, “desde entonces empezamos a transitar juntos este camino del espíritu”; dos jóvenes que, tras varias idas y venidas a Córdoba y Buenos Aires para asistir a cursos diversos y un proyecto de dos años en un “áshram” de Villa Alpina (Sierras Grandes) que literalmente “se llevó el viento” y los incendios, decidieron volver a Villa María y crear una escuela de yoga. No, no es fácil de explicar ni siquiera para ellos lo que pasó a partir de entonces. Porque en una ciudad con una casi nula tradición en prácticas orientales, consiguieron llevar adelante en menos de un año un proyecto con más de 70 chicos y aglomerar a 150 alumnos en una de las disciplinas físico-espirituales más antiguas de la Humanidad. Pero no se trata de números solamente sino también (y sobre todo) de un hecho mágico que les sucedió a los dos, como en un cuento del “Bhagavad-Gitâ”. Un día, Nati y Cris fueron al consulado de la India de Córdoba a pedir algún tipo de apoyo tras el tornado de las Sierras. Allí los recibió el propio cónsul honorario general Sergio Lais-Suárez, quien se asombró de la trayectoria de los dos. “¿Pero cuándo empezaron con el yoga, a los diez años?” cuenta Cristian que les preguntó. El hombre no les pudo ofrecer ayuda material pero se quedó tan encantado con el proyecto de “yoga para niños”, que les dio un reconocimiento oficial del Gobierno de su país a sus actividades. Y una tarde de octubre del año pasado, cuando ambos inauguraban el espacio de Pasaje Champaquí 1847, el cónsul los llamó por teléfono. “Nos dijo que vendría de visita oficial. Para nosotros era irreal, nos parecía que no podía estar pasando”, cuenta Cristian. Pero el hombre cumplió. Y acaso lo más difícil de explicar no sea el hecho físico de aquella tarde, es decir, que un coche oficial del segundo país más poblado de la Tierra estacione con toda su pompa en un humilde callejón de barrio Ameghino, sino el otro, el hecho espiritual. Ese sigue sin tener explicación alguna. Porque un mes después, el cónsul mandó a cinco músicos de Cachemira. Y bajo idéntica escenografía las 150 personas bajo la música y el perfume de los sahumerios fueron transportadas a otro lugar. Y cuando volvieron de aquel viaje, ninguno supo decir cuándo ni cómo habían partido y regresado. Sólo estaban seguros de que el viaje había sido real porque se habían bañado con la música y la luz del Ganges, ese río que alguna vez mojó los pies del Buda y tantos otros “iluminados”.
Una filosofía de vida que tiene cinco mil años
-Entonces, Cris y Nati, ¿cómo explican este “boom” del yoga en Villa María?
Cristian: -En que la sociedad se está abriendo y ha empezado a ver al yoga como algo más que una actividad para logar un bienestar físico. Se la está viendo como lo que es, una disciplina absolutamente integral que la puede practicar cualquiera.
-Durante mucho tiempo al yoga se lo asoció a la religión. ¿Cómo lo definirían ustedes?
Cristian: -Como una filosofía de vida que tiene cinco mil años. No es una religión, pero es cierto que hay corrientes más espirituales que otras. “yoga” quiere decir “unión”. Y esa unión es la del cuerpo con la mente de cada uno para lograr una armonía. Por eso el yoga es siempre una visión integral de ser humano; en cambio la palabra religión separa a Dios por un lado y a los hombres por el otro. El yoga integra ciencia, filosofía, arte y espiritualidad pero no es ninguna de esas cosas.
-¿A qué creen que se debe la popularización del yoga en Argentina?
Cristian: -Mucho tuvo que ver, sin dudas, la globalización. Hoy estamos a un click de una cultura que está a quince mil kilómetros. El año pasado, cuando trajimos a los músicos de Cachemira, la gente vino a “vivir la India” al patio de nuestra casa. También tiene que ver que el conocimiento se ha diversificado y ya no hay una verdad absoluta. Hoy nadie puede decir “esto no se puede hacer” o “esto no es válido” porque retrocederíamos mil años.
Natalia: -Ha habido un cambio de paradigma y la gente se ha dado cuenta de que no todos necesitamos lo mismo para ser felices. Buenos Aires ha sido muy importante también, porque alberga un movimiento grandísimo. Hay famosos que hablan bien del yoga por televisión y no es casualidad que Sri Ravi Shankar haya convocado a 100 mil personas. Eso hubiera sido impensado años atrás.
-¿Y cómo llegan ustedes a esta disciplina?
Cristian: -Desde muy jóvenes nos interesamos en dar respuestas a varias preguntas que teníamos. ¿Para qué estamos en este mundo? ¿Por qué hay que vivir de modo acelerado? ¿Por qué hay que competir? ¿Qué sentido tiene el éxito? De hecho, con Natalia nos conocimos en Córdoba en una conferencia donde se trataban estos temas.
Natalia: -Como no encontrábamos respuestas en el afuera, tuvimos que mirarnos para dentro, es decir autoconocernos. Y así fue que nos encontramos. Cristian ya meditaba y yo ya practicaba en mi casa de forma autodidacta, y fuimos haciendo juntos el camino del espíritu. A tal punto que desarrollamos nuestras propias ideas en el “áshram” de las sierras. De ahí surge la escuela internacional de Yoga Casa del Sol que fundamos el año pasado.
Acerca de la “juventud tóxica” y la caverna de Platón
-¿Cómo es decidirse por el camino interior a los 18 años, cuando todos buscan los ruidos del mundo?
Natalia: -No fue fácil. Pero nos habíamos quedado afuera de ese mundo que decís vos, de salir y de emborracharse; íbamos en contra de la corriente porque preferíamos quedarnos en casa escuchando música y hablando de experiencias internas. Uno puede vivir la vida mirando para adentro o mirando para afuera. Nosotros elegimos lo primero.
-La idea de “disfrutar” que tienen los jóvenes ¿es proporcional a autodestruirse?
Natalia: -Sí, porque lo que les ofrece la sociedad para que se diviertan son cosas muy dañinas, desde los juegos en Internet hasta las drogas y el alcohol. No hay espacios sanos excepto algunos grupos de la Iglesia. Pero caemos en la religión. No hay nada que sea intermedio. Y ahí entra el yoga. Por eso es que muchos adolescentes vienen acá y se va corriendo la bola. El yoga es un modo de entender lo que a ellos les está pasando.
Cristian: -El punto intermedio que ofrece el yoga tiene que ver con la libertad y la emoción. Si vos llevás a un joven a subir un cerro donde haga un esfuerzo y una introspección pero a la vez se divierta, el resultado va a ser inolvidable. Para alguien que experimenta eso, es difícil que luego encuentre un disfrute en las diversiones convencionales. En el fondo, lo que buscan los jóvenes no es destruirse sino liberarse.
-¿Y el yoga propone un modo de libertad?
Cristian: - La palabra “libertad” es una de las más importantes dentro del yoga, porque te permite sacarte de encima el peso de lo que vos creés que sos. Cuando hacés yoga, no sos papá ni mamá ni estudiante ni profesor ni policía ni abogado. En ese momento sólo sos un ser humano que está tratando estar en paz consigo mismo. Cuando hacés yoga, ves que el mundo es mucho más grande que los problemas que tenés; pero mientras no salís de vos, no ves la pequeñez de lo que te preocupa. Y el yoga te propone eso, salirte para que al volver veas todo de otra manera.
-Se parece al “mito de la caverna” de Platón, donde quien salió a la luz y volvió, sabe que la penumbra no es la realidad primera y última…
Cristian: -Exactamente. Y eso que vos decís es un punto clave a la hora de fusionar Oriente con Occidente; porque el yoga, además de la parte espiritual, cierra también desde lo racional. Y si uno tuviera que tomar un pensador occidental que se acerque a esa concepción, es Platón. Su mito de la caverna se parece muchísimo a la idea hindú de la iluminación. Y a eso tratamos de llegar cuando empezamos cualquier práctica, de llevarlos de un estado de caos a uno de mayor claridad.
Yoga para niños; o una terapia innovadora contra los “juegos en red”
-Tienen más de setenta chicos en sus clases ¿cuál es la razón?
Cristian: -Todavía no lo sabemos muy bien; pero sabemos que algunos llegan por recomendación médica, porque son chicos muy acelerados y les dijeron que probaran bajar un cambio acá. Mucho de ese acelere tiene que ver con los juegos en red. Y en esto, el yoga propone una actividad completamente diferente a los jueguitos. En lugar de algo que te estimula desde afuera, tratás de que ese estímulo venga desde adentro, de la propia imaginación.
-¿Cómo es esto?
Cristian: -Cuando vos les preguntás a los chicos “¿cómo sería la postura del camello?”, por ejemplo, les disparás una infinidad de imágenes y todos quieren participar. Y así arman una postura del camello espontánea, producto de que se les despertó la imaginación.
Natalia: -Desde las actividades tratamos de religar a los chicos con la Naturaleza, para volver a ser conscientes de que el aire que respiramos debe ser puro, que nos alimentamos del Sol, de la Tierra. Es una visión simple de la vida pero muy necesaria. Los chicos ya lo saben intuitivamente pero nosotros se las recordamos. Los jueguitos de guerra, en cambio, no te lo recuerdan nunca.
-¿Qué cosas han logrado con los chicos?
Cristian: -Cuando lográs que un niño esté consigo mismo o te pida que toqués un poco más la flauta durante la relajación, es haber logrado mucho en nuestra sociedad. Ayer les preguntábamos qué cosas no les gustaban de sus vidas, y uno de ellos dijo: “Que cada vez tenemos menos tiempo de jugar con los juguetes”. No dijo “jueguitos” sino “juguetes”. Y pensamos que un niño que sólo tiene responsabilidades y juegos en red, no es un niño. Los niños son lo más sagrado de una sociedad, y si los padres se los entregan al yoga, ese es un logro fabuloso también.
-¿Y con los adultos qué pasa?
-El mayor problema de los adultos es el estrés, generado por no poder salir de una situación problemática. Es algo parecido a no poder salir nunca de vacaciones. Muchos no saben que nuestra mente puede estar instantáneamente a donde quiera; si vos tenés la capacidad de concentrarte, ahora mismo vas a estar en la punta del Aconcagua. Y cuando abrís los ojos, volvés de un viaje maravilloso que te renovó. Pocas veces en el día o en el año nos tomamos el trabajo interno de ir hacia un lugar feliz. Cuando lo conseguimos, retornamos de un viaje fabuloso.
-¿Qué te imaginás para mejorar el mundo?
-Algo muy simple, cambiar el verbo “competir” por el verbo “compartir”. Si lo hiciéramos, ya no necesitaríamos que haya uno mejor que los otros, sino que cada uno sería “el mejor” porque lo seríamos para nosotros mismos y sobre todo para los demás.
Iván Wielikosielek
Escuela Internacional de Yoga “Casa del Sol”
Ubicada en el Pasaje Champaquí 1847 de barrio Ameghino (entre las calles López y Planes y Parajón Ortiz y entre Jujuy y Vélez Sársfield) la escuela de Cristian y Natalia propone clases para todas las edades, cursos de meditación, formación profesional para profesores e instructores, yoga para niños y adolescentes y distintos programas que se aplican en empresas, salud y educación. “Damos cursos, seminarios y conferencias sobre cómo aplicar ciertas herramientas del yoga a la vida profesional y cotidiana. Se puede anotar gente de todas las edades, con o sin formación previa en esta disciplina”, comenta Cristian.
Para más información, el Facebook de la escuela es “escuela internacional de yoga casa del sol” y los teléfonos 154-284427 y 154-172421.