Vendo EL DIARIO desde que salió. Lo llevo en la piel. Yo respeto a todos los diarios porque vendo varios, pero éste, el de mi ciudad, es el que más me compran.
Recorro media ciudad en bicicleta y tengo clientes que me esperan a mí, gente que se ha mudado, incluso, y quiere que se lo lleve yo. Atiendo a familias que ya son dos o tres generaciones: el abuelo, el padre y el hijo. Hay gente que se lo come al diario, clientes que me esperan ansiosos y cuando llego, me preguntan si sale tal noticia, tal o cual accidente...
Y cuando tengo tiempo, que no es todos los días, lo leo o al menos lo espío, porque uno se entera de todo lo que pasa en los barrios de la ciudad.
Cada cliente tiene su ritual para leer EL DIARIO. Hay quienes lo reciben a la mañana y esperan hasta la noche para leerlo tranquilo; otros quieren tenerlo tempranito, para leerlo antes de salir a trabajar.
Una crítica podría ser que a veces hay tapas que son demasiado sensacionalistas, demasiado impresionantes y a mí, personalmente, no me gustan; pero hay gustos para todo.
¿Una tapa que me impactó? Bueno, hay que pensarlo, porque son tantas ¿no? A mí, en lo personal, creo que las que más me impactaron fueron la de la muerte del Papa, que fue muy conmovedora y creo que impactó a todo el mundo. Y la del fallecimiento del padre Hugo Salvato. Sí, creo que me quedo con esas dos tapas. Aunque también me impactaron las de varios accidentes.
Miguel Angel Ardovino,
uno de los canillitas que vende EL DIARIO desde sus comienzos
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