Se murió Eduardo Galeano. Algunos dirán “un gran poeta”, que lo fue; otros dirán “un gran escritor”, y vaya si lo fue; otros dirán “¿y quién es?”; otros, como yo, dirán “se fue un amigo” y no porque lo haya conocido, pero a aquellos escritores que ocupan un lugar destacado en mi biblioteca les puedo llamar “amigos” porque fueron esos libros, más que un amigo, los que me enseñaron a comprender y a entender este entramado que llamamos vida, o sea vida social, que vendría a ser lo mismo.
También se fue un gran hombre o, como se solía denominar, un “hombre nuevo” o “el hombre nuevo”, como dicta la canción de Daniel Viglietti, otro uruguayo también con esa sensibilidad que da el conocimiento y el haber palpado las desigualdades de esta América Latina llena de tantas contradicciones.
Escuchaba en una entrevista que le hacían a Osvaldo Bayer, amigo entrañable de Galeano, aquel de la Patagonia Rebelde, libro y película que ningún nacido en esta tierra debería dejar de leer o, en todo caso, ver, diciendo que Galeano fue un hombre que escribió como vivió, y tal cual, porque al ver los honores con los que fue despedido en esta tierra uno comienza a comprender la magnitud de su obra, un ser popular que no se aferró a sus estigmas de intelectual, sino que se bajó al llano para entender de cerca cuáles son los problemas que aquejan al pueblo, a los necesitados, a los desplazados de las prerrogativas de un sistema económico que premia las desigualdades profundizándolas mucho más de lo que a veces son.
Ese fue don Eduardo Galeano, alguien que comprendió de cerca las venas abiertas de América Latina.
Y agregaba Bayer que dicho libro debería ser material obligado de estudio en todo colegio de nuestra Argentina, pero yo agregaría que debería ser lectura obligatoria de todo latinoamericano o de quien quiera autodefinirse como tal.
Galeano no tuvo tal vez el rigor científico de un Halpherin Donghi ni de un Chiaramonte, Barma o José Luis Romero y otros eminentes historiadores abocados a la investigación de nuestra historia, la historia de nuestra “América parda”; pero sí, seguramente, leyó a cada uno de ellos y pudo sintetizar esos pensamientos de una manera ágil, sencilla y comprensible para todo aquel que quiera adentrarse en el entendimiento de nuestro pasado histórico, accesible a cada lector ávido de profundizar un poco la realidad de nuestros pueblos y entender que esta actualidad que vivimos se remonta a un pasado de dominación siempre latente y vigente.
Por eso, y porque no terminan los elogios que de todas partes del mundo llegan a Uruguay para despedir a un grande, a un amigo, ¡gracias, Eduardo Galeano! Que tu semilla germine en miles y millones de latinoamericanos que levantan esta bandera caída para continuar la lucha hasta la victoria siempre.
Heves Naish