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26 de Abril de 2015
Acerca de la resurrección de la carne y la vida perdurable
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El magíster Carlos Blanch, investigador y traductor del Centro Filológico de la UNVM, acaba de publicar su tesis de maestría en Humanidades y Ciencias, un libro en formato digital sobre El desarrollo del concepto de Apocatástasis en el pensamiento de los Padres Griegos de la Iglesia entre los siglos II y IV. Se trata de un profundísimo análisis de aquel término fundamental para entender la restitución de la condición humana tras la muerte y la instauración de la “Jerusalén Celeste” tras la Segunda Venida de Cristo

Hay trabajos académicos que son mucho más que eso; investigaciones que trascienden ampliamente la factura final de un cuadernillo de graduación que sólo da puntaje en el acotado mundo de los profesores. Y es que en realidad algunas pocas veces (en realidad, demasiado pocas) bajo el formato de una “investigación”, alguien puede poner sobre el tapete aquellos temas que lo involucran en cuerpo y alma y que comprenden no sólo su pensamiento abstracto, sino cada célula de su ontología. Son trabajos raros, es cierto. A veces sucede que, con suerte, hay uno de cada diez mil. Pero si los otros nueve mil novecientos noventa y nueve tienen algún valor (más allá de hacer que sus autores reciban un título de grado) es precisamente el de “emparejar el camino” para esa perla rara que, trascendiendo el ámbito universitario, se insertará en la gran discusión filosófica del mundo. 

Y bien, este humilde trabajador de la información no duda en afirmar que la tesis de maestría que acaba de publicar Carlos Blanch desde y por la UNVM, entra en ese grupo selecto de libros maravillosos; esos que justifican el “software” más hondo de la palabra “universidad” y hacen, efectivamente, un aporte inmenso al universo de las ideas. Pero si el libro de Blanch entra en esa esfera, no se debe solamente al tema elegido, sino y sobre todo al tratamiento del mismo desde un compromiso personal y espiritual. Y es que ese “tema”, aparentemente “elegido” por el autor (cuando en realidad son los autores quienes algunas veces “se dejan elegir” por el tema) está íntimamente ligado a su propia biografía y sobre todo a la más profunda de las preguntas religiosas que (según el propio Blanch) se hizo en su niñez: ¿qué pasa cuando nos morimos? Cuenta el flamante magíster que, a los cuatro años, le formuló esta cuestión a su madre. “Su respuesta fue: te convertís en ángel y te vas al cielo -me dijo- Pero yo le respondí muy serio que: No, no es así. Cuando yo sea viejo y me muera, voy a entrar de nuevo a tu panza y voy nacer otra vez”. 
Cuarenta años después, con todas las herramientas filosóficas y filológicas de las que dispone, podría decirse que este hombre retomó el tema sugerido por aquel niño y trató de explicarlo. Y como toda pregunta de un niño encierra en el fondo un pase de magia, este caso no fue la excepción. Y por lo tanto hubo un “abracadabra”; fue la fabulosa palabra que se volvió llave imprescindible: “Apocatástasis”. Se trata de un antiquísimo término griego que significa “restauración, devolución, resurrección” y tantas otras cosas de acuerdo a los autores y al contexto. Y así, con sus lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento más los tres primeros Padres de la Iglesia Griega (Orígenes de Alejandría en el siglo II y III, Clemente de Alejandría en el III y Gregorio de Nisa en el IV), Blanch hizo algo parecido al análisis de ADN de un concepto, ese que parafraseando una canción de Bob Dylan, pareciera estar “golpeando las puertas del Cielo”.  
 
Pequeño tratado sobre la salvación del alma
 
-Entonces, Carlos, ¿qué te llevó a estudiar el concepto de “apocatástasis”?
-Se debió a que, en uno de los seminarios de la maestría, la doctora Ana Galimberti nos dijo: “Todo trabajo de investigación es un matrimonio, así que uno tiene que elegir bien con qué tema se va a casar porque con ese tema va a convivir muchos años o quizás de por vida”. Y yo, desde muy temprana edad me interesé por la religión, lo espiritual y lo que venía después de la muerte. 
-Eso que le respondiste a tu madre ante la pregunta del más allá es una idea muy religiosa, ¿no te parece?
-Sí, pero yo por ese entonces no lo sabía. La idea de volver a nacer era algo que ya estaba en el mito del eterno retorno, por ejemplo, y hasta en hechos culturales aparentemente alejados de la religión como la música pop. Hace poco, vi un video del grupo Enigma sobre una canción Retorno a la inocencia. Y ahí, un viejo que moría soñaba que nacía de nuevo como un niño.
-Y un día descubriste la palabra “apocatástasis”…
-Sí. Cuando leí esa palabra por primera vez se me disparó un montón de pensamientos. Parece increíble, pero esa palabra, de alguna manera, contenía todo lo que yo había pensado de niño. Y me di cuenta de que había una gran coincidencia entre lo que decían los Padres Griegos de la Iglesia y lo que yo había especulado acaso más con el instinto que con la razón. Desde entonces la investigué a fondo.
-¿Este es un concepto ineludible en la teología cristiana?
-Y no sólo cristiana; creo que cualquier persona que se preocupe por su destino después de la muerte debe preguntarse qué va a pasar después, cómo sigue la historia. Y mediante el concepto de “apocatástasis”, los Padres Griegos realizaron un fabuloso intento de respuesta, aunando la Filosofía y la Teología.  
-¿De qué hablamos cuando hablamos de “apocatástasis”? ¿De resurrección? ¿De restitución de la condición primordial? ¿De la vuelta a un estado de pureza e inocencia como en el Paraíso?
-De todas esas cosas y de muchas otras más que fueron evolucionando con los siglos. “Apocatástasis” es un concepto muy controvertido que se vincula estrechamente con la idea de salvación. Y tanto la lógica de los Evangelios como las profecías del Antiguo Testamento indicarían que el plan de Dios es el de restaurar a todas sus criaturas a ese estado de perfección originario. 
-¿Qué papel jugaron, en el acuñamiento de este término, los Padres Griegos?
-Ellos, como buenos griegos, eran muy afectos a ese término donde se aunaba razón y fe, pero también una alta dosis de optimismo. Sin embargo, ellos fueron muy discutidos durante los primeros siglos del cristianismo, hasta el punto que Orígenes, de Alejandría, fue considerado “hereje” en el Segundo Concilio de Constantinopla, entre otras cosas por sostener su idea de la “apocatástasis”, algo que rozaba con el gnosticismo.
 
Lengua griega y lengua hebrea: dos claves para nombrar a Dios
 
-Aunque es un concepto griego, la “apocatástasis” también figura en las traducciones helenas del Antiguo Testamento. ¿Hay una diferencia esencial entre un libro y otro?
-Cuando se produce la traducción del Antiguo Testamento al griego, quienes realizan esa tarea tienen que encontrar términos que se adapten a las ideas expresadas en hebreo. Y hete aquí que el hebreo y el griego son lenguas muy diferentes. Mientras el primero es muy simple y concreto, el segundo es muy complejo y extenso, lleno de matices. Así que los traductores usaron “apocatástasis” para traducir algunos conceptos que ya estaban, por ejemplo, en el Libro de Daniel. 
-¿Y ese concepto ha sido entendido de maneras muy distintas a través de los tiempos?
-Sí, porque algunos teóricos opinan que se trata de una restitución o devolución física, como “devolver al pueblo judío la Tierra Prometida”; mientras otros piensan que es un término con una significación trascendental, como se lo usa en el Nuevo Testamento al hablar de la restauración del mundo y la naturaleza humana tras la segunda venida de Cristo. 
-¿Qué relación hay entre la restauración ultraterrena de la Revelación de Juan y la devolución terrena de los libros mosaicos?
-Te podría decir que el judaísmo no está muy interesado en especular sobre el más allá, sino que quiere darle una esperanza concreta al pueblo de Israel en su conjunto. Pero esa idea de “restitución física” de los judíos va a ser llevada por los Padres Griegos al concepto de restitución espiritual de toda la Iglesia, una categoría metafísica simbolizada por la Jerusalén Celeste en donde primará la bondad absoluta. 
-Algunos autores que citás, como el francés Danielou, sostienen que la “ástasis” es un proceso que se viene dando desde la caída del hombre y que seguirá hasta el fin de la historia y mucho después… 
-Sí, y creo que ésa es la acepción correcta. Eso se debe al libre albedrío, que según los Padres Griegos, es lo que nos distingue como imagen y semejanza de Dios. De esta manera, eso mismo que nos permitió caer en pecado es lo que un día nos hará elegir el bien. Nuestra caída no será revocada cuando estemos limpios, sino que vamos a seguir teniendo nuestro libre albedrío para avanzar hacia Dios, ese objetivo que no tiene fin.
-En cierta forma, toda “apocatástasis” es un comentario sobre el fin del mundo, ¿no?
-Leído desde nuestro siglo puede que sí, pero los Padres Griegos no hablaban del fin del mundo como estamos acostumbrados a escuchar nosotros. Ellos están mucho más interesados en exhortar a los lectores a que razonen por sí mismos y se den cuenta de que Dios no busca la destrucción del mundo, sino la salvación de todos los hombres. Incluso, en muchos casos, llegan a decir que hasta el mismo demonio sería perdonado por Dios si se arrepiente, ya que nada creado por Dios puede ser malo por naturaleza. 
-En su paso por la tierra, Jesús hizo un adelanto de la “apocatástasis”, ya que vino a restaurar la condición humana y a demostrar que existe la resurrección… 
- Jesús hizo ambas cosas; ya que resucitó por sí mismo y restauró a los hombres en cuerpo y alma. Yo creo que no se puede ser Cristiano sin aceptar la resurrección de la carne ni la resurrección de Cristo. El apóstol San Pablo dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe”.
-La gente de nuestro siglo habla más del “apocalipsis” que de la “apocatástasis”. ¿A qué se debe?
-Creo que a la pérdida de valores que padecemos todos; y a la vacuidad de nuestras vidas. La gente es consciente de que sus vidas tienen un plazo y que, más allá de las opiniones religiosas que cada cual tenga, la mayoría tiene un sentimiento ético de no haber cumplido con el deber. Y entonces traspolan a la destrucción del mundo lo que en realidad será la destrucción de cada uno si continúan sin hacer la voluntad de Dios. 
 
Judaísmo y cristianismo tatuados en la piel
 
-A pesar de que sos cristiano, tenés un gran interés por el judaísmo; y además de estudiar hebreo participás en la sinagoga…
-Hay una frase en el Talmud que dice que, todos aquellos que no siendo judíos sienten atracción por conocer y cumplir la Torá, son en realidad las almas de los que estuvieron en el Monte Sinaí cuando Dios entregó la ley. Es una idea que no comparto porque yo no creo en la reencarnación, pero como metáfora es muy bella. Y yo creo que hay algo en mi interior que me empuja hacia esa religión que considero nuestra hermana mayor. Conocer de dónde venimos los cristianos se me hace un imperativo. Es emocionante saber que estás leyendo el Pentateuco en el mismo idioma que lo escribió Moisés o lo leyó Jesús.
Y cuando la charla se agota en la biblioteca del Campus, ya off the record, le pregunto a Carlos qué significa una leyenda hebraica que tiene tatuada en su antebrazo.
“Son dos versículos del Libro de Job -me contesta- y que muestra la filiación con la venida de Jesús para restaurarnos en cuerpo y alma. Me lo he tatuado ya que muchas veces, con la contingencia de la vida, uno olvida lo trascendente”. 
Y entonces Carlos me traduce aquel pasaje de Job 19 (25, 26): “Porque yo sé que mi Redentor vive, y al fin se erguirá como fiador sobre el polvo;/ y detrás de mi piel yo me mantendré erguido,/ y desde mi carne yo veré a Dios”.
Y eso es lo que no quiere olvidar Carlos en la memoria sensible de la piel; que su Redentor vive e intercederá ante Dios para que le conteste aquella vieja pregunta, esa que un chico de 4 años le formuló a su madre en un patio lejano en el tiempo y también al templo eterno y abierto de su espíritu.
Iván Wielikosielek

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