Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO
El sol está en gateras y Hanoi ya vibra. El lago Hoan Kiem, epicentro y resumen de todo lo bueno de la capital vietnamita, marca la ebullición con gente haciendo ejercicio, jugando al bádminton, meditando, charlando, viviendo… Cientos de personas marean al viajero, que consulta el reloj y las agujas responden: “Las 5 de la mañana”. Es de no creer. Muy especiales estas latitudes.
Al norte del país, uno de los llamados “Tigres” del sudeste asiático (las naciones llamadas a protagonizar buena parte del caldo económico de las próximas décadas), la ciudad y sus siete millones de habitantes empiezan a exhibir carácter desde temprano. Una simbiosis de movimiento materializado en cientos de miles de motocicletas conquistando el cemento, paisanos fanáticos de cotorrear y socializar, sensación de amontonamiento permanente y, también, sabiduría ancestral y alegría en los corazones. Incluso con tanta guerra en las espaldas, incluso con el castigo de mieles que todavía son para unos pocos. Así de fecundo anda el terreno.
Entonces, la espera por el amanecer se posa lejana al tedio. No tarda en aparecer el local sediento de tertulias con el mundo (serán varios por día), que se sienta al lado del foráneo y despunta el vicio de preguntar, de conocer, de sorprenderse y de reír. Obvio que al banco de madera también llegan los vendedores, la insistencia como bandera, a ofrecer lo que sea, a no hablar del “comunismo de libre mercado” (“política no, política no”, tienen la orden de arriba bien aprendida); a regalar retazos de una patria apasionante.
Lo criollo y lo extranjero
A esa altura, el astro ya desplegó luz por todos los rincones, permitiendo contemplar La Torre de la Tortuga (surge en el medio del lago, épica) y fundamentalmente el Templo de Jade. Este último reposa en uno de los bordes, muy chinos los arcos y los puentes rojos que lo embellecen, recuerdos de la dinastía Tran, del Siglo XIII, del Vietnam imperial.
Después, viene el caminar, desordenado, como todo en esta ciudad de ajetreos, construcciones bajas y cables apelmazados en las alturas. Se palpa en nueva cuenta el espíritu comerciante de los dueños de casa, expertos en regatear, insistir y concretar. La prueba está en el Mercado de Dong Xuang, y en cada esquina (prácticamente todas) donde haya una señora con gorro cónico y mercadería al hombro (fruta, flores, ropa, lo que sea).
Entre infinidad de comedores/barcitos de medio pelo (un cuarto de pelo sería la definición más apropiada), donde las sopas de fideos, carne de vaca, cerdo o pollo, verduras y cilantro son religión; brotan obras arquitectónicas de antología. La pagoda Quan Su, el Templo de la Literatura (dedicado a Confucio hace casi mil años, es un canto al diseño asiático) y la amurallada Ciudadela de Thang Long (Siglo XI, lleva la firma de la dinastía Ly Viet), hacen a la identidad criolla. En cambio, la gótica Catedral de San José, la bellísima Casa de la Opera y la Residencia Presidencial citan tiempos de conquista francesa (que duró desde fines del Siglo XIX hasta mediados del XX).
Recuerdos de la guerra
Siguiendo aquello de las conquistas, inevitable no indagar en la Guerra de Vietnam. Un suplicio que devastó al país entre 1959 y 1975 y que tuvo a Hanoi como actor principal. Del tópico tampoco quieren hablar los locales (otro tabú instaurado por el Gobierno), pero por suerte está la prisión de Hoa Lo (otrora centro de detención de tropas estadounidenses) y los museos de la Revolución, de la Mujer y de la Armada, para aprender al respecto.
Lo mismo ocurre con el Mausoleo de Ho Chi Minh, donde el líder militar y espiritual de los vietnamitas frente las invasiones extranjeras, ronca eternidades. Al lado, la majestuosa plaza Ba Dinh simboliza el honor y la grandeza de una nación que a base de almas inexpugnables e inmensos sufrires puso de rodillas al imperio más grande de la historia. Cerca de allí, ya bien entrada la noche, los parques y plazas se llenan de jóvenes que charlan, niños que juegan y viejas que hacen aerobics, como si ese pasado terrible nunca hubiera existido.