El incumplimiento de la Carta Orgánica Municipal en la convocatoria a elecciones municipales en Villa María, es otra demostración de la soberbia de un modelo agotado que prescinde del consenso.
Lejos están los tiempos de la inocencia puberal colectiva que añoraba libertad, y que en su búsqueda fervorosa, ansiaba denodadamente la democracia como un ejercicio concreto de expresión, de gobierno, de idea sobre un Estado y de estilo de vida.
La democracia no fue un fruto caído del cielo, sino el resultado de un largo proceso de resistencia al terrorismo de Estado que adquirió variadas formas en lo político, en lo social y en la lucha por los derechos humanos que erosionaron a la dictadura hasta el ocaso definitivo que le provocó la derrota en la guerra de las Malvinas.
“Con la democracia se cura, se come y se educa", manifestó el recordado expresidente Raúl Alfonsín, quien supo sintetizar el anhelo democrático de las mayorías en aquel período inicial de este nuevo proceso de la democracia en la Argentina.
Sin embargo, desde ese entonces comenzó a notarse un incremento ocioso en el sistema operativo democrático, sustancialmente en el campo político, generando una burocracia indefinida en los procesos resolutivos, pero por sobre todo un reacomodamiento elitista del sector político como nunca antes visto, agregándose al mismo tiempo diversos casos de corrupción.
Lejos de garantizar a los ciudadanos los preceptos constitucionales básicos de Seguridad, Salud, y Trabajo, el Estado como tal se entendía o interpretaba en su función, comenzó a fallar, haciendo eclosión a principios de este Siglo XXI, donde la crisis social de 2001 provocó el clamor popular de los cacerolazos bajo el lema: "Que se vayan todos, que no quede ni uno solo".
Después de atravesar estas situaciones, y a más de una década de lo reseñado en nuestra historia social como Estado, nos seguimos encontrando en Villa María, con la necesidad surgida en aquel entonces del comienzo de la narración, porque debemos considerar que en democracia la política es una apropiación de todos los integrantes de la sociedad, y no el privilegio de algunos que han perdurado en el Poder o deambulando por el sistema, mimetizando la función de un gobierno con la del propio Estado.
Pareciera una supervivencia de pocos, creada con una clase sindical propia: la de algunos políticos que mutan de principios e ideologías, con el solo objetivo de obtener la “eternización” en el mandato público, como hecho real de sus propias aspiraciones ante las demandas comunitarias vigentes e insatisfechas.
Vale recordar que son los gobiernos electos quienes conducen a la estructura del Estado, y cuando la conducción de alguno de sus componentes altera su naturaleza original el gobierno reemplaza al estado y sus roles se confunden.
Por eso, cuando una mayoría circunstancial establece políticas de Estado sin consensos, el Estado desaparece como expresión de continuidad entre distintos gobiernos, debilitando su propia naturaleza, y lo que es peor, restando presencia ante la ciudadanía. De esta manera, también las restantes instituciones esenciales del Estado, el Poder Legislativo y el Judicial, en un país republicano con un sistema personalista, tienen menor participación en el estado de la “cosa pública”.
Así, en un escenario donde los gobiernos presentan más legitimidad de origen que los restantes miembros de los otros poderes del Estado, no es extraño que se tienten con ejercer su poder sin tener mucha consideración con el resto de los poderes, así se subordina el dictado de leyes o el cumplimiento de sentencias al criterio del “poderoso democrático” de turno.
El aumento de las atribuciones que logra un funcionario de tales características, lo hace a costa de la pérdida de poder de los restantes componentes del estado, así la burocracia estatal cede lugar a funcionarios gubernamentales que lo colonizan con miembros de su grupo político. El riesgo que se corre, es la “feudalización” de sectores del Estado.
Entonces, desaparece el control cruzado de poderes que consagra nuestra Constitución y el “funcionario político” se convierte en amo y señor del sector gubernamental a su cargo.
Este es el primer paso hacia la corrupción, e incluso al delito de acción pública.
Por último, necesitamos señalar que nuestra sociedad está generando cambios positivos como respuesta concreta a estos procesos invasivos que prescinden del consenso como forma de construcción política y social.
El PRO, partido que integro junto a cientos de vecinos de Villa María, es un emergente político-social como respuesta de profundo cambio que plantea la ciudadanía en general y que debe ser cultural, de concepción de la política y de la labor pública que prestan sus representantes. Desde nuestro espacio, consideramos que la política no está en crisis, lo está un modelo que responde a necesidades pasadas y no consigue adaptarse a las actuales.
La solución no está en restar (menos legitimidad, menos cercanía, menos colaboración) sino en sumar (más eficacia, más recursos, más ideas).
En definitiva, más política para una mejor democracia.
Por eso, bajo la convicción de avanzar en una sociedad más democrática e inclusiva, bregamos por el ejercicio de nuestro derecho esencial de este sistema, el voto popular, por la cual convocamos a todos los villamarienses a protegerlo, votando por el cambio en las próximas elecciones municipales y dejar de lado un modelo con un relato local agotado, que solo intenta “aferrarse al poder manipulando la democracia”, que tanto sacrificio y vidas nos costó como pueblo conseguir.
Víctor Fernández
Presidente PRO Villa María
DNI 11.527.456