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3 de Abril de 2009
Despedida histórica - “No lloren más, no lloren más, Alfonsín es inmortal”, cantaron los jóvenes bajo la lluvia
El último“mitin” de un gran demócrata
Bajo una pertinaz llovizna una multitud le dio el último adiós al ex presidente Raúl Alfonsín. Dirigentes de la ciudad y la región formaron parte del cortejo que lo acompañó hasta La Recoleta
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1 - La cureña que transportaba el ataúd envuelto en la Bandera argentina. 2 - Daniel Baysre y la legisladora provincial Norma Poncio. 3 - Marcotegui, Sánchez, Caronni y Zanotti.

(De nuestros enviados especiales). Buenos Aires amaneció con apenas doce grados de temperatura y enseguida una pertinaz llovizna la hizo más desapacible. Las calles estaban despobladas con motivo del feriado reivindicativo de la Soberanía nacional sobre las islas Malvinas. Con esa primera claridad del alba, los veteranos de la Guerra del Atlántico sur, que habían hecho vigilia en Plaza de Mayo, izaron el Pabellón argentino y al finalizar lanzaron vivas a la Patria.
Apartando la mirada de allí, apenas si podía adivinarse lo que sucedía en el Parlamento de la Nación. El cronista y el reportero gráfico de EL DIARIO se fueron acercando despacio, en silencio, como decenas de personas que se sumaban en cada una de las bocacalles que van desembocando en la plaza de los Dos Congresos.
Esa gente había llegado a las estaciones de trenes y ómnibus de Retiro, Constitución, Once… para después tomar un taxi o el subte y acercarse un poco más a ese templo de la democracia en el que era velado el ex presidente Raúl Alfonsín.
Y entre esa gente que aún no era multitud, pudieron reconocer a villamarienses y villanovenses, como la jueza de Menores, Cecilia Fernández (“vengo como ciudadana”, dijo), el ex intendente de Villa Nueva y ex legislador Carlos Zanotti (“es mi deber estar aquí”, comentó).
En la esquina de avenida Rivadavia y Callao había puñados de militantes de la Juventud Radical y de Franja Morada que inventaban el calor al compás del tamboril: “Somos la vida, somos la paz; somos el juicio a la junta militar” y “No lloren más, no lloren más, Alfonsín es inmortal”.
Ciudadanos que formaban una gruesa columna que se extendía por Callao hacia Corrientes, marchaban lentamente bajo el agua (entonces ya llovía) hacia las escalinatas y la explanada de la sede del Legislativo, para ingresar hasta el Salón Azul y ver por última vez el cuerpo del ex mandatario.
Antes de entrar a ese recinto, una psicóloga porteña y una estudiante tucumana le pidieron a los enviados de este medio el ejemplar del día miércoles, con la foto de Alfonsín en la tapa, porque son “devotas” del político radical. “No habrá ninguno igual”, afirmaron antes de perderse en lo que por entonces comenzaba a ser multitud.
El féretro estaba custodiado por una imponente guardia del Regimiento de Granaderos y más de cerca por familiares del líder extinto. De tanto en tanto, alguna personalidad aparecía por puertas laterales y llegaba hasta la familia (en ese trance de dar el pésame se vio muy afectado y dolido al conductor Fernando Bravo).
Por el Salón de los Pasos Perdidos caminaba “Kililo” Botta (su padre fue diputado nacional durante la administración alfonsinista) y él oficiaba de anfitrión para otros villamarienses que se iban acercando, como Luis Caronni, José Sánchez, Norma Poncio, Daniel Baysre y Alberto Marcotegui, entre los que pudieron reconocer los enviados.
Las coronas desbordaban todos los espacios interiores y estaban ya colocadas en las escalinatas hacia abajo, hasta la calle. Entre ellas las de ministros de la Corte Suprema de Justicia, mezcladas con la de las 62 Organizaciones Gremiales Peronistas, el Club River Plate, el gobernador Juan Schiaretti y otras miles.
Ya hacia el mediodía, con la lluvia un poco más aplacada y con las nubes como queriendo abrir paso al sol, y cuando debía comenzar el acto formal, los discursos y la misa, había gente por todas partes. Era absolutamente posible la comparación con lo sucedido tras el 3 de julio de 1933, cuando falleció Hipólito Yrigoyen; el 20 de julio de 1952, cuando murió Evita; el 1 de julio de 1974, cuando dejó de existir Juan Domingo Perón o el 18 de enero de 1983, cuando se apagó la vida de Arturo Illia.

Lágrimas y cánticos

Cuando terminó el oficio religioso y comenzó a moverse la cureña que transportaba el ataúd envuelto en la Bandera argentina, con el bastón presidencial encima, las voces tronaban de vereda a vereda, de balcón en balcón: “Alfonsín, Alfonsín, Alfonsín…”.
En ese momento, cuando Alfonsín efectivamente comenzaba a irse a esos miles y miles de argentinos, afloraron las lágrimas. Había gente que lloraba desconsolada y gente con cara de desconsuelo pero que no lloraba. Y había lágrimas que bajaban por detrás de lentes oscuros y de lentes claros. Y pañuelos que secaban lágrimas y se agitaban después en el aire.
El griterío era ensordecedor. Un reconocimiento inmenso que los familiares del político, especialmente sus hijos y nietos, agradecieron en un cara a cara con la gente, ya que acompañaron el cortejo caminando las casi veinte cuadras hasta el cementerio de Recoleta.
Se pudieron apreciar también banderas de otros países de América Latina saludando el último paso por las calles de Buenos Aires del infatigable militante de la vida, de la política y de los derechos humanos: Alfonsín.
Alfonsín, el estadista que alumbró el Mercosur, el que se opuso a la guerra de Malvinas, el garante de la paz con Chile, pilar de los No Alineados. El mismo que no halló política para enfrentar a la Patria Financiera ni con Bernardo Grinspun ni con Juan Sourrouille ni con Juan Carlos Pugliese ni con con Jesús Rodríguez. El cofundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el que impulsó el histórico juicio a los comandantes asesinos y el mismo que negoció con los carapintadas (“porque no es necesario que corra más sangre para garantizar la democracia”), el de la Obediencia Debida y el Punto Final. El que soportó trece huelgas generales sin represión, sin muertes, “apenas” con un proyecto de Ley de Democracia Sindical.
El del Plan Alimentario Nacional, el del Congreso Pedagógico, el de la primavera cultural, el de los plebiscitos, el enemigo de los decretos de necesidad y urgencia, el que prefirió irse cinco meses antes también “para garantizar la democracia”, que quería “por cien años más”. Van nada más ni nada menos que veinticinco años. Y ayer, la gente salió a la calle a agradecérselo. A decirle gracias también por su honestidad en todos los sentidos.
Ahora descansa en el Panteón de los Caídos en la Revolución de 1890, junto a otros próceres radicales, como Leandro Alem, quien antes de quitarse la vida dijo aquello de “adelante los que quedan”. Adelante, entonces, los que quedan. Alfonsín dejó una gran herramienta para construir el futuro entre todos: la democracia.

Texto: Sergio Vaudagnotto
Fotos: Roberto Babalfi

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