A las "abeleras" de pura cepa tal vez no les interese demasiado que el número de asistentes al Anfiteatro significó la mitad de su capacidad y que en la previa del recital se esperaba una cantidad mucho más considerable.
Lo relevante para las miles que arribaron desde ciudades y provincias aledañas, con la remera identificatoria (donde se exhibe la tapa del último disco) y algunos pocos carteles con inscripciones sugestivas como "Abel, ¿te casarías conmigo?", es lo que sucedió sobre el escenario.
Ese carismático imán musical y espiritual llamado Abel Pintos emergió sobre el Hernán Figueroa Reyes a las 21.50, varios minutos después de la actuación de la banda local Debieras Pitar -que interpretara clásicos del rock nacional como "Un pacto" y "Rezo por vos"- y un tiempo antes de que se diera la orden general de que espectadores de tribunas y plateas altas podían acomodarse más adelante.
El álbum en una hora
Con su característico sombrero rojo bombín y saco oscuro, el exitoso compositor empezó a cumplir su promesa de repasar en forma completa su último álbum respetando el orden original de los temas.
Le demandaría una hora exacta viajar sonoramente desde "Aquí te espero" hasta "A dios", la última pieza. En ese periplo, el treintañero cantautor imprimió las páginas más personales de su carrera, con elocuentes reflexiones introspectivas (como en "Lo que soy") y remarcando a fuego un perfil estilístico ligado a la canción melódica que comenzó a desandar desde la placa "Reevolución" (2010), cuando avizoraba a desembarazarse de su anterior pulso folclórico.
Con un probado entendimiento con sus fans y generando un clima intimista más parecido a una sala teatral, logró provocar largos coros del público en "Yo estuve aquí" y un festejado "De sólo vivir" (con cotillón y "espuma loca" incluidos) hasta un pasaje bien emotivo para "El mar", cantando sentado sobre una silla y con un preámbulo explicativo sobre "recuerdos no tan felices" que necesitan interpretarse para "quitarles un poco de presión".
En "Alguna vez" (como en el repertorio posterior de zambas) dejó en claro por qué es ganador de dos Gardel de Oro e irresistible promesa de estrella fuera de nuestras fronteras con vistas a conquistar España. Su impecable y versatil voz llegaría a niveles majestuosos.
Respecto a sus intercambios con el público, confesó su felicidad por concretar "el sueño de actuar en concierto propio en esta sala, donde tantas veces hemos venido en el marco de un festival hermosísimo". Previamente, había pedido gentilmente que tomaran asiento para que pudieran disfrutar el show "las personas de todas las generaciones y todas las edades".
Ya en plan de reversión de sus clásicos y con un atuendo más austero, esgrimió un hilván entre piezas como "Quisiera" y "Error" para luego aflorar superhits como "La llave", "No me olvides" (ornamentado con las luces de celulares en alto), "Sin principio ni final" y "Todo lo que busco está en vos".
Luego de hora y media de recital, abordó una personalísima versión de "Alleluja", de León Gieco, acaso uno de sus primeros padrinos artísticos, con una activa participación de la banda.
El cierre contó con recreaciones de “Aventura” (compuesto junto a Marcela Morelo), “Bella flor” y su clásico de final, “Reevolución” para los bises.
Juan Ramón Seia