"Las heridas sangran. Estoy con vida, escapé de las manos de la muerte. Las heridas de La Perla están abiertas", dijo ayer Marta Zandrino, al terminar su declaración ante el Tribunal Federal que se constituyó en Villa María para permitir la declaración de la víctima sobreviviente de la dictadura.
La expresión no sólo es simbólica, sino que la dijo una mujer que se debe movilizar en silla de ruedas debido las heridas causadas por los represores y la falta de atención médica durante su detención.
"Es muy doloroso relatar lo vivido, abro las puertas del horror porque estoy viva. Lo hago pidiendo justicia y por la memoria de los que no están", señaló en el Salón Blanco de la Municipalidad de Villa María, donde se constituyó el Tribunal Oral que investiga hace dos años y medio la megacausa “La Perla”, con los fiscales, defensores de los acusados y querellantes.
El salón estaba repleto, destacándose la presencia de militantes de derechos humanos y autoridades locales.
El testimonio
En un relato sereno y ordenado, Zandrino contó que todo comenzó cuando prestó la casaquinta de su familia a un conocido militante del PRT para que se hiciera una reunión. Era el 26 de agosto de 1976, fecha de inicio de su calvario.
Alrededor de las 10 de la noche fue al lugar para ver "si necesitaban algo" las personas allí reunidas. Al rato, escuchó ruidos y, pensando que era algún familiar, salió de la casa. Eran militares que comenzaron a disparar.
Una bala ingresó por el hombro y se alojó en la columna. Esa herida y la falta de atención médica hicieron que Marta Zandrino padezca aún hoy las secuelas de las lesiones.
Desde ese momento, todo se torna difícil de recordar. Luces "como bengalas" de los camiones militares, el pedido de ayuda que no fue escuchado por los que ya habían huido del interior de la casa y tiros "que provenían de un solo lado" y que duraron, según los relatos, entre una y tres horas.
Identificados
La arrastraban. Muchas veces, de un lugar a otro. Después de los disparos, recuerda que en sus primeras horas de agonía se acercó un hombre al que le decían "el cura", que en la causa se determinó que era Roberto Mañay (ya fallecido) y "Palito", apodo de Héctor Romero, que ya en La Perla "fanfarroneaba" diciéndole que él era el autor de los disparos que la hirieron. "Así como me decía que me había tirado, de a ratos se hacía el amigo, deseándome que me pusiera bien para salir a bailar".
También identificó a Luis Manzanelli, "el torturador más sádico de La Perla", según describió después el abogado de la querella, Claudio Oroz, y a Ernesto Barreiro, "el jefe de los torturadores de ese centro de detención", quien luego se levantó contra el Gobierno democrático de Raúl Alfonsín, en la Semana Santa de 1987.
El calvario
El recorrido de Marta durante su secuestro es difícil de establecer, fundamentalmente porque estuvo gravemente herida, por ratos inconsciente, siempre con fiebre y al borde de la muerte.
Pese a todo, pudo reconstruir que, presumiblemente, desde la quinta donde la hirieron fue trasladada hasta la Fábrica Militar de Pólvoras de Villa María "porque a un primo mío, que hacía el servicio allí, le dieron unas cadenitas de oro que llevaba ese día".
Después la llevaron al Hospital Militar de Córdoba, donde vio a médicos y a una religiosa. En ese lugar escuchaba discusiones, órdenes y contraórdenes.
De ahí, otra vez en camino. "Estaba vendada, pero pude ver que íbamos en viaje por una avenida, que podía ser la Colón o la Fuerza Aérea", y después, por un ripio. Había llegado a La Perla.
Tirada en el suelo, desnuda y con una sonda vesical conectada a unos tarros de aceite, pasó los primeros 15 días de su calvario. Recuerda allí que las únicas que la asistían, como podían, eran otras presas políticas. "Tita" y Patricia son los nombres que recuerda de esas compañeras.
Después la volvieron a llevar al Hospital Militar -lo distingue porque volvió a ver a la religiosa, quien le dio un café con leche, el primer alimento que ingirió en 15 días-, donde un médico que había trabajado con la familia Zandrino decidió intervenirla quirúrgicamente, aunque las autoridades militares lo prohibieran.
Mientras se recuperaba estuvo siempre esposada y vigilada. Antes de terminar su convalecencia, los represores contrariaron la opinión de los médicos y la volvieron a llevar al centro clandestino de detención, donde las horas de dolor y los duros interrogatorios fueron mitigados por la solidaridad de otras compañeras de martirio.
Así como la detuvieron clandestinamente, sin acusarla de nada y sin pasar a disposición del Poder Ejecutivo, fue liberada un año y medio después.
Las infecciones sufridas como consecuencia de las heridas de bala y la falta de atención médica provocaron las lesiones que hoy sigue sufriendo.
La carta de Menéndez
La mamá de Marta estuvo golpeando todas las puertas en busca de su hija. Recibía información de que estaba en un lugar, pero cuando llegaba, le decían que no, que allí no era. Así pasaban los meses, hasta que en diciembre de 1976 tuvo la primer certeza de su paradero y pudo empezar a mandarle medicamentos.
Entre las gestiones que hizo Irene, la mamá de Marta, estuvo la carta que personalmente le mandó a Luciano Benjamín Menéndez, el jefe del Tercer Cuerpo del Ejército que comandó las tareas de represión en el centro del país.
Menéndez le contestó. Le dijo en la respuesta que liberaría a su hija "por razones humanitarias" y atendiendo al "pedido de una madre", pero no porque lo merezca "una delincuente subversiva.