Patrimonio de la Humanidad, orgullo nacional, la más majestuosa de las fortalezas del Japón. Todo eso es el Castillo de Himeji, y más no se le puede pedir. Y si se le pide más, difícil que haga caso, porque desde tiempos inmemoriales que no escucha a nadie. Así son los monumentos históricos del país del sol naciente: agrandados y orgullosos. Igual que el peluquero que termina la faena y espejo mediante, exclama: “¿Qué cortecito que te hice ah?”, y los que están atrás leyendo la revista “Minas en Bolas” a la espera de su turno, contemplan el desastre y se te recontra c… de risa.
Construido entre mediados del Siglo XIV y principios del XVI (se tomaron su tiempo los albañiles), es uno de los 12 castillos feudales de la nación asiática. “El más picante de todos”, de acuerdo al tipo que vende pururú en la puerta. Su impresionante estructura, de colosales murallas, elegantes jardines y torre principal de ocho pisos y 33 metros de alto, hacen que sea considerada la última gran fortificación Samurái. Aquel que llegue al lugar buscando cruzarse con estos épicos guerreros para sacarse una foto, decirle que llegó 150 años tarde, y que no sea tan pavo.
Como datos de interés, cabe subrayar que el Himeji debe su nombre a la ciudad que lo acoge (ubicada en el sur de Japón), y que todo el conjunto arquitectónico tiene una circunferencia aproximada de 41 mil metros cuadrados. También, que por las peculiares formas de las torres, muy orientales ellas, al castillo se lo conoce como “La Garza Blanca”. “Cómo le van a poner un sobrenombre tan grosero. Y después dicen que los japoneses son ejemplo de educación. Qué vergüenza”, gruñe una vieja, que se confundió de letra y en vez de “z” leyó “ch”.