Una exquisita clase sobre arte engarzada dentro de una magistral clase de teatro.
Una apasionada discusión en ciernes sobre la condición del artista (el “deber ser”) enmarcada en el seno de una incipiente sociedad de consumo.
Y, por último, una profunda reflexión filosófica sobre el sentido trágico de la vida, transmutada en el poderoso simbolismo que emanan los colores, tanto en los matices de la pintura como en la cruda realidad (la dialéctica histórica del rojo/vida y el negro/muerte).
Esa sería la síntesis pormenorizada de “Red”, la obra protagonizada por el gigantesco actor Julio Chávez, en su primera incursión en la ciudad, y el joven Gerardo Otero, dirigida por Daniel Barone, reconocido por sus exitosas tiras televisivas, en su primera pieza teatral al mando.
Chávez, asumiendo en forma deliberada un papel que se ciñe a su physique du role, encarna soberbiamente al pintor Marcus Rothkowitz, conocido como Rothko, un artista malhumorado, engreído y con cierto prestigio dentro del expresionismo abstracto (años 50 y 60).
Sumergido en su burbuja cosida a base de egoísmo y negación del cambio, recluta a un discípulo que poco a poco empieza a desestabilizar sus férreas estructuras de pensamiento.
El quid de la trama radica en la aceptación o no del encargo de unos murales en un costoso restaurante ubicado en un lujosísimo edificio.
El autor de la pieza, el norteamericano John Logan, le impone a este Rothko una pesada mochila de parlamento casi frenético, cargada de frases punzantes y moralizantes, con la cual Chávez debió apelar a todos sus recursos gestuales y corporales para dotarla de verosimilitud.
Citas a Nietzsche, Pollock (su eterno contrincante) y Andy Warhol (su nuevo adversario) se entremezclaron con críticas a la sociedad contemporánea (la sátira a los “todo bien”), más algunas pinceladas histriónicas y una insinuación de brochazos reales en escena.
La obra, que exhibió una notable labor de escenografía y utilería, fue aclamada de pie al finalizar por todos los espectadores que habían agotado las entradas tiempo antes.
Los más fanáticos del artista aguardaron pacientemente en el vestíbulo para las clásicas fotografías de ocasión.
Juan Ramón Seia