Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO
El vox populi dice que el Valle de Punilla nace en el lago San Roque y se termina en Capilla del Monte. Pero no. Más allá está Charbonier, el desconocido, el hermitaño, el que en tonos enigma marca el verdadero desenlace (“o comienzo”, según los riojanos, que por el norte le entran a Córdoba), de la región provincial más visitada por viajeros y turistas. Complejo descifrarle ese signo al pueblito, si apenas lo ve uno desde la ruta.
Hace falta, entonces, frenar y husmear para comprenderlo, para involucrarse con lo suyo, que es el río, las últimas estribaciones de las Sierras Chicas y el palpitar rural de su gente (con destellos de bohemia forastera). El Cerro Uritorco (más vecino de Capilla, 10 kilómetros al sur), interviene fuerte en el paisaje, lo mismo que El Pajarillo. Después está la joya escondida llamada Los Paredones, y el otro tesoro, más extrovertido y más alejado (a 15 kilómetros), pero que en lo legal también forma parte de la pedanía, y que se llama Los Terrones.
Disperso duerme el pueblo, tímida la urbanización que mecha los campos, que son pastizales, no muy prósperos los sembradíos. Pobre es su gente, atenta principalmente a sobrevivir, a caminar largo y tendido unas calles de tierra peladas, fantasmales, difíciles, imperdibles por eso. Uno les contempla las miradas y adivina memorias de los comechingones. Los indios que aquí eran amos, hasta que entrado el Siglo XVI se encontraron con los españoles, y adiós. De la conquista queda una pieza clave, la Capilla San Nicolás de Bari. Construida en el año 1770 y pico, destaca con su doble campanario, con su historia latente en muros inoxidables. Otro referente es la estación de ferrocarril. De fines del Siglo XIX y barnizada de estilo inglés, también cuenta anécdotas del colonialismo.
Postal de quebrada
En el extremo sur del pueblo, sobre la ruta nacional 38 (la columna vertebral del valle), un puente hace saber del río Seco. Cualquiera de los dos extremos de la carretera sirven para descender hacia el afluente y caminarle las orillas en favor de la corriente (previo pago de estacionamiento). Tras algunos minutos de vegetación, el arribo a Los Paredones se torna evidente: muros rocosos delinean el paso del agua, entre bancos de arena y piedrotas, preciosa la postal de quebrada. Uno de los rincones con mejores pintas de toda la zona, extraña su escasa fama. De continuar el desfile del río, el viajero se encontrará allende con el cruce del río Dolores, y con barrios como de Santa Inés, Santa Isabel, Escobas o El Carrizal, cada uno con su propio acceso a la frescura.
Después, toca acercarse a Los Terrones. Uno de los rincones más célebres de la región, que defiende cartel a base de extrañas figuras de piedra, paisajes verdes y rojizos, senderos para el asombro. Espectacular la figura que luce, se ubica a 15 kilómetros del pueblo. Para llegar a su seno desde el citado puente, hay que retomar la 38 con rumbo norte, y antes de aterrizar en la médula de Charbonier, desviar a la derecha, y sortear la tierra. Desde Villa María al Parque Autóctono Cultural y Recreativo hay 275 kilómetros. Recorrerlos, siempre vale la pena.