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31 de Mayo de 2015
NOTA Nº 314, escribe Jesús Chirino
Primer pavimento: caro y defectuoso
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Intendente Eugenio Parajón Ortiz

Cuando, en 1935, algunos vecinos manifestaron públicamente su oposición a la metodología usada para concretar la pavimentación de algunas cuadras de la ciudad, desde el poder político local se los tildó de “antiprogresistas”. El tiempo demostraría que se usaba el concepto de progreso para defender aquello que no estaba bien encarado a la vez que se intentaba desprestigiar a quienes señalaban el error. Es sabido que cuando el poder político no puede convencer desde la racionalidad acerca de lo acertado de sus acciones, suele apelar a la descalificación de aquellos que se animan a oponerse a sus sinrazones.

Dirección técnica de Francisco Salamone
Por entonces ocupaba el cargo de intendente municipal el mendocino Eugenio Parajón Ortiz, político de origen radical que en 1931 desoyó la postura de su partido, que planteaba la abstención electoral como manera de luchar contra el fraude, presentándose a la compulsa electoral por la Unión Comunal.
Luego de que la ciudad tuviera varias discusiones e intentos de pavimentar sus calles con diferentes materiales, una ordenanza municipal estableció que las calles se pavimentaran con “hormigón armado” y los bulevares con asfalto. 
El proyecto de pavimentación recibió una fuerte oposición que llevó a la Intendencia a pedir la intervención de técnicos del Gobierno provincial para que se expidieran acerca del proceso licitatorio. Los profesionales presentaron varias observaciones que luego serían tomadas como argumentos por parte de la oposición política local expresada en una comisión de vecinos.
A raíz de las críticas, Parajón Ortiz, el 15 de agosto de 1935, remite otro proyecto de ordenanza para la licitación de la pavimentación. Era una norma legal destinada a remplazar la que anteriormente había sufrido las referidas observaciones.
Ante esta nueva ordenanza, las críticas no cesaron y el 29 de agosto el Centro de Comerciantes Minoristas se retiró de la comisión de vecinos que evaluaba las características del proceso, manifestando que directamente se oponía a la obra. Otros sectores se opusieron a la pavimentación, y también continuaron las posiciones contrarias a la manera en que el intendente trataba de organizar la licitación.
 Para el 16 de octubre de 1935 la obra estaba concesionada, según lo sostuvo el intendente en un mensaje al Concejo Deliberante, donde señala que dentro de lo establecido por la Ordenanza 443, se completó el llamado a licitación para la pavimentación y que, luego de cotejar las ofertas, consideró “más conveniente la propuesta presentada por la firma Rosello y Fresone”. Pero esta empresa no proponía pavimentar con hormigón armado, sino en “concreto asfáltico a mezcla en frío”. 
La oficina municipal de Obras Públicas había realizado una observación al respecto, señalando que era necesario adoptar una variante de construcción diferente a la ofrecida por Rosello y Fresone, aunque terminaba recomendando a la firma constructora y señalando que no podía opinar acerca de su solvencia. 
El intendente sometió a consideración del Concejo la adjudicación de la obra tal cual lo proponía la firma comercial. El 28 de octubre se firmó el contrato que fue aprobado por el Concejo el 9 de noviembre. Las obras se iniciaron de manera inmediata y desde la Intendencia se dispuso, mediante un decreto fechado el 2 de marzo de 1935 que la dirección técnica estuviera a cargo del ingeniero y arquitecto Francisco Salamone.
 
Pavimento caro
Los trabajos se iniciaron en la calle Buenos Aires y el 10 de diciembre se inauguró la primera cuadra pavimentada de Villa María. Se trató de la referida calle, entre San Martín y General Paz hasta Hipólito Yrigoyen y Leandro N. Alem. 
No faltaron voces que hablaron de la llegada del progreso, de las supuestamente infundadas críticas y quienes siempre son acusados de “poner palos en la rueda” para impedir el avance del carro que nos lleva, supuestamente, a todos hacia un sitio mejor. Es decir, los discursos del poder político que justifica y celebra haber concretado lo que otros le señalaban como error. 
Para entonces, el intendente Parajón Ortiz estaba terminando su mandato iniciado en 1932 y para noviembre se sabía que el próximo intendente municipal sería Emilio Seydell. Aunque al radical, que había ganado las elecciones con el apoyo del sabattinismo, no lo dejaron asumir el cargo, sino hasta marzo de 1936. Esa demora se debió a que Amadeo Sabattini había ganado las elecciones para gobernador provincial y el poder saliente dilató la entrega del poder al líder radical.  
Apenas inició 1936, Parajón Ortiz dejó la Intendencia, asumiendo el cargo, de manera interina, Juan A. Blanco, quien aprobó la transferencia de derechos y obligaciones adquiridos por la empresa Rosello Fresone, constructora del pavimento, a la firma J. Basso Aguirre.  El 16 de mayo, el intendente Seydell anula esa transferencia. Hasta ese momento se había construido poco más de 31 mil metros cuadrados, la licitación preveía 80 cuadras de pavimento. 
El historiador Bernardino Calvo sostuvo que por la obra de pavimentación de las calles de Villa María se pagó un poco más del doble de lo abonado en Bell Ville y Marcos Juárez.
En el año 1943, Salomón Deiver, en una carta a un concejal de la ciudad de Mendoza, escribe acerca del pavimento en Villa María. Entre otros conceptos, dice “escasamente cinco años lleva, señor concejal, el pavimento en esta ciudad, se pagó $28,80 M/N por el metro cuadrado” y al referirse al estado del pavimento, señala que “no hay nada, pero en todo el territorio de la República, y, como en el momento de su construcción tuvo origen turbio la licitación, el intendente y concejales de aquella época, por obras similares a ésta, fueron todos a la cárcel, o sea, los siete concejales y el intendente, liberándose uno por cuanto se encuentra prófugo”.
El pavimento no sólo tuvo fallas técnicas en cuanto a su construcción, evidenciadas en el poco tiempo que duró, sino que endeudó a los frentistas que por años estuvieron pagándo a J. Basso Aguirre ese “simulacro de pavimento” tal cual lo calificó Deiver. 
Por otra parte los trabajadores de la obra cobraban sueldos miserables y en 1935, junto a los obreros de otras construcciones municipales, protagonizaron una sangrienta huelga demandando mejoras. 
A grandes rasgos, así fue el destino de una obra importante en la ciudad que no fue encarada con la necesaria solvencia. 

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