No es una tarea para nada sencilla crear un clima propicio donde la interpretación de un relato con cierta densidad dramática o un pasaje ensayístico con datos históricos se incruste a fuego en la piel del espectador.
En definitiva, que lo haga vibrar en sus fibras íntimas al compás de lo narrado.
Esa tamaña empresa, con satisfactorio resultado, llevó adelante el destacado actor Leonardo Sbaraglia el sábado pasado en el Teatro Verdi, junto a un trío impecable de músicos: Fernando Tarres en guitarra y secuencias, el violinista Damián Bolotín y el contrabajista Jero Carmona.
En una performance que fue de menor a mayor, Sbaraglia plasmó un espectáculo teatral y musical diferente a la media de propuestas con celebridades que recalan habitualmente en nuestra ciudad. Despojado del aura de “primera figura”, el actor salió a escena junto a sus compañeros, a fin de ajustar los últimos detalles mientras intentaba adelantar a la audiencia aquello que venían a apreciar.
La puesta, apoyada en pantalla gigante por imágenes alusivas y texturas sonoras dispuestas por los artistas, transitó por episodios de la historia universal y nacional atravesados por el axioma primario que postulan filósofos que abordan los abusos de la razón instrumental: “El poder para llegar a constituirse ejerce, de una u otra manera, violencia”.
Horrores de la Santa Inquisición, pruebas de tormentos denominadas “científicas” sobre humanos, aberraciones del nazismo o vejaciones insólitas en nuestra dictadura cívico-militar (la desaparición en medio del Mundial de Fútbol), fueron procesadas y encarnadas desde la mirada de las víctimas.
La performance contó, entre otros, con textos de Borges (“La trama”, en el prólogo), del pensador búlgaro Elias Canetti (“La orden”, en el epílogo) y del psicoanalista y educador brasileño Rubem Alves (“El león mata mirando”). Además, Sbaraglia se animó al canto en varios remansos musicales como en “Mr. Sandman” y en “Gallo rojo, gallo negro” para el final, donde anestesió con esperanza tanta opresión infligida: “El gallo negro era grande/pero el rojo era valiente”.
Juan Ramón Seia