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7 de Junio de 2015
Andrea Arese y Carlos Elías
Por amor a la música
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Andrea junto a Carlos su esposo (violinista salvadoreño)

­La pianista villamariense radicada en Estados Unidos está de paso por su ciudad natal. Y junto a su esposo (violinista salvadoreño) dieron un concierto el pasado 25 de Mayo en el Conservatorio y una clínica para los alumnos de piano y violín el viernes. Además de la pasión de ambos por Beethoven y Piazzolla, contaron cómo se conocieron en Cincinatti en 1991 y de qué modo la relación profesora-alumno terminó en matrimonio.

A principios de los ´70 en Villa María, una nena que estudiaba en el Conservatorio decidió pasarse de la guitarra al piano; instrumento este último cuyos acordes la fascinaban al traspasar las paredes de la clase. Por ese entonces pero en El Salvador, en una primera clase del Método Suzuki, un niño le cedía a una chica su violoncello a cambio del violín que la nena pedía entre lágrimas. Ambos, la futura pianista argentina y el futuro violinista salvadoreño, ignoraban por completo que aquel cambio de instrumentos era un cambio de destino y les estaba deparando un futuro encuentro. Ahora que sí lo saben, les pido a Andrea Arese y a Carlos Elías que me cuenten la historia del amor que los unió, esa que está íntimamente ligada a la pasión irrenunciable por la música.

Luna de miel en Japón
 
“¿Qué cómo llegué a los Estados Unidos? -dice Andrea-  Acababa de rendir la licenciatura en Córdoba y tenía muchas ganas de hacer un doctorado en el extranjero, porque en esos momentos no había maestrías de piano en el país. Y justo vino un pianista norteamericano a dar una clase magistral a Córdoba. Entonces le pregunté qué posibilidades había. Me dijo que conocía unos profesores muy buenos en la Universidad de Cincinatti, que hiciera una grabación y se las enviara. Lo hice y me respondieron enseguida diciéndome que tenía muy buen nivel y que estaban interesados. Así que me dieron una beca completa donde además de estudiar tenía que dar clases; una ayudantía de piano grupal. Y así, a una de esas clases que yo daba, llegó él… -dice la mujer señalando con la vista el aura de su amado, como si leyera de un solo golpe las notas de una música infinitamente ejecutada. Y Carlos prosigue retomando el hilo dichoso de aquellos días.
“Lo que Andrea no te quiere decir es que yo no quería estar en su clase… Era a las 8 de la mañana ¡Y quién se quiere poner a tocar el piano a esa hora! Yo venía de terminar la licenciatura en California porque a los 16 años me había ido de mi país, donde no había mucho futuro con la música clásica. Me había graduado en violín, pero en Cincinatti te ponen a estudiar el piano básico cualquiera sea tu instrumento. Es algo que te ayuda mucho.  Yo me había anotado para unas clases a las 10 pero un supervisor me dijo “deberías tomar la clase de las 8 con Andrea que es muy buena profesora”. El supervisor se llamaba Sullivan Page y me insistió tanto que le hice caso... Y al día de hoy que le estoy agradecido…”
Pero entonces Andrea agrega un dato que es una tremenda sorpresa para este periodista: “En cierto modo yo tampoco lo quería tomar a él de alumno, porque al ser latinoamericano y hablar el mismo idioma, la cosa se podía complicar. Sucede que al final te terminás haciendo amigo y sin querer bajás el nivel de exigencia. Eso ya me había pasado una vez y no lo quería repetir. Pero al final lo tomé…”
“Y resultó que Andrea era una profesora muy estricta –dice el violinista- Yo trabajaba duro para complacerla, pero cuando me escuchaba tocar me decía bastante bien, casi con aburrimiento…”
“Pero no sólo teníamos esa relación profesora-alumno, –me dice Andrea, también tomábamos clases juntos de Música de Cámara. Y me acuerdo que él me decía no te hagas problemas que yo tengo todas estas grabaciones, después las estudiamos en mi casa. Y así, una cosa trajo a la otra, hasta que al año empezamos a salir”. 
Y Carlos agrega que “nunca le podía sacar a una cita sin antes arrancarla del piano. Ese instrumento cabrón me ganaba siempre… Y casi te diría que todavía me gana…”
Sin embargo, faltaba muy poco para que el destino pusiera a prueba a Carlos y Andrea, como pasa en toda historia de amor que se precie. El violinista había conseguido trabajo en una sinfónica de Japón. “Era muy buen sueldo y daba mucha experiencia -aclara Carlos- Andrea aún no había terminado el doctorado pero decidí irme. Estuvimos separados un año, escribiéndonos cartas todo el tiempo. Y como yo no la quería perder, le dije que se viniera, que nos casáramos acá, que hiciéramos una familia... Y apenas recibió el título, se vino.  En Japón vivimos cuatro años y allí nació nuestra primera hija. Luego nos volvimos a Cincinatti, donde vivimos actualmente, damos clases, grabamos música y tocamos. Y cada dos o tres años volvemos a El Salvador o nos venimos acá, donde no descartamos venir a vivir un día”.
“Por eso es que me emociona tanto tocar acá -dice Andrea-.  Se me mueven muchas cosas.  Porque yo soy de esta ciudad pero sabía que para mejorar me tenía que ir. Sin embargo, algo me dice que tengo que volver siempre y estar muy agradecida. Y no tengo mejor forma de hacerlo que dejando en el escenario absolutamente todo”.
Y este cronista que la escuchó tocar el 25 de Mayo en el Conservatorio Felipe Boero da fe de que es así. No sólo por las interpretaciones fabulosas de Beethoven, Debussy sino también por la emoción con que dijo “gracias, Villa María”. Y al nombrar a su ciudad se le cortó la voz porque además de su pasado también estaba nombrando su casa.
 
Breve charla con un hada 
-¿Cómo es que de chica te pasaste de la guitarra al piano?
-Porque mis padres, que detectaron mi amor por la música, me mandaron a guitarra. Pero cada vez que ensayaba y escuchaba el piano, me enloquecía. Era un sonido mucho más poderoso que me hacía soñar. Así que al año siguiente entré en piano y terminé los dos instrumentos. Cuando me recibí de profesora de guitarra la dejé para siempre. Tenía complejo con mis manos. En guitarra te hacen falta las uñas para hacer diferentes colores mientras que en el piano las uñas te molestan. 
-¿Quién fue tu primera profesora?
-Irene Timacheff. Ella me enseñó y alentó muchísimo y siempre me buscó oportunidades. A tal punto que a los dos años de conservatorio ya estaba tocando con la Sinfónica de Córdoba y conciertos locales todo el tiempo. Me gustaba mucho practicar y no me importaba pasarme horas al piano. Por eso creo que pude avanzar bastante. Yo tenía complejo por haber empezado tarde y me quería poner al día. Uno puede tener talento pero el trabajo es más importante.
-¿El gusto por la práctica define la calidad del futuro instrumentista? 
-En cierto modo, sí; porque muchas veces decís “qué lindo, voy a tocar un instrumento”. Pero si no trabajás, ese deseo solo no funciona y te terminás aburriendo o estancando.
-¿Qué importancia tienen los padres en el desarrollo musical?
-Es fundamental, sobre todo cuando ellos desean que vos mejorés. Mis padres, por ejemplo, me llevaban en el auto a estudiar a Córdoba o a tocar en todos lados. Tomé clases particulares con Antonio De Raco en Buenos Aires y fue un esfuerzo grande para ellos llevarme una vez por semana o acompañarme en el colectivo. Yo tenía 14 años y cada viaje era para mí una aventura pero para ellos era un fin de semana perdido. 
-¿Hay talento musical en Argentina?
-Muchísimo. Pero ese talento se suele desperdiciar, más que nada en esta época en que los chicos están expuestos a demasiada tecnología y es difícil que se concentren en una sola actividad. También ocurre que muchos padres les dicen “qué te vas a dedicar a la música clásica en este país donde tanto cuesta tanto salir adelante”. El otro problema es la formación, que no suele ser muy rigurosa. Tenemos esa mentalidad de “mañana lo hago”. Nada que ver con lo que pasa en Japón, donde un padre es capaz de cambiarse de trabajo y de ciudad si ve que el hijo tiene condiciones para la música…
-Contame sobre el repertorio que te gusta tocar…
-Generalmente toco repertorios fijos, pero cada tanto es bueno impulsar tu creatividad. En este concierto hice muchas variaciones, como el arreglo de la “Zamba de Villa María”. De lejos uno se pone más nostálgico… (risas) 
-¿Se puede ser creativo siendo intérprete?
-¡Claro! Lo bueno de la música clásica es que vos podés descubrir siempre un punto nuevo a una partitura, por más que la hayas tocado muchísimas veces. Eso va a depender de tu madurez, porque cuando sos joven muchas veces no tenés la suficiente experiencia para comunicar determinada obra. En música clásica, el modo de interpretar es el modo de crear. Marta Argerich es una gran creadora desde su modo de transmitir una obra, no componiendo las notas. Cada vez que transportás al público a otro mundo y lo conmovés, de alguna manera estás creando…
-En tu concierto hubo música clásica, contemporánea, vanguardista …
-Es que siempre me gustó darle a la gente un pantallazo de cada período. Pero también me ha gustado siempre el repertorio clásico argentino. Por eso en Estados Unidos, siempre incluyo piezas de Alberto Ginastera, de Juan José Castro o de Carlos Guastavino. Me encanta promover los compositores nuestros porque hay piezas bellísimas que son muy poco conocidas.
-Además de la música clásica argentina, por lo visto también te apasiona el tango…
-Sí. A tal punto que con Carlos grabamos un CD a dúo que se llama “Let’s Tango” (Bailemos Tango) con temas de Piazzolla, Gardel, Mariano Mores, Canaro... Ese disco  se vendió mucho y las revistas de Inglaterra lo pusieron entre lo mejor del mes. Llamó la atención porque no hay mucha música de tango tocada con violín y piano y arreglos propios. En nuestro concierto del otro día, “El día que me quieras” y “Oblivion” fueron muy aplaudidos…
Ya que los nombrás, ¿quién es más famoso en Estados Unidos, Piazzolla o Gardel?
-Sin dudas Piazzolla, que se está tocando muchísimo en el mundo entero. Con Carlos y una chelista tenemos un trío e hicimos las cuatro Estaciones Porteñas, que fue muy valorado. 
-Es difícil preguntarle a una pianista de tu nivel en qué debe seguir mejorando, pero te lo pregunto igual…
-Lo que más necesito es seguir ampliando mi repertorio… ¡Hay tantas obras por tocar que siento que no me alcanzará la vida entera! También quiero abordar música contemporánea y con Carlos tenemos un proyecto de pedir literatura inédita para ser los primeros en ejecutarla, como hicimos acá con una pieza del portorriqueño Ernesto Cordero. Es una cosa muy buena que el compositor esté vivo y te diga cómo se imaginó su propia obra, cosa que hoy no le podemos preguntar a Mozart o a Beethoven…
Y cuando se termina la entrevista en la Medioteca y nos saludamos con Andrea y Carlos, se me queda guardada una apreciación sobre el modo de tocar de la pianista. Se la cuento pocos días después a mi amigo Fabricio Valvasori, profesor de violín del Conservatorio. “Cuando la vi tocar a Andrea, no podía creer que una persona de contextura tan menuda le pudiera sacar semejantes sonidos a un piano. Me pareció como una domadora rusa que lograba poner de rodillas a un oso”... Pero mi amigo tiene una metáfora bastante mejor que la mía, y la dejo para el cierre de esta nota. “Hubo varios pasajes en el concierto donde Andrea se convirtió en hada. No, te juro que no estoy inventando nada; te puedo asegurar que fue así… Lo escuché yo mismo con mis oídos y por si esto fuera poco lo vi con mis ojos. Yo estaba en primera fila y puedo decir que vi la metamorfosis de Andrea Arese. En ese banquito no había una chica ni una pianista sino un hada, una musa como esas que lo visitaban a Beethoven cuando componía…”
 
Iván Wielikosielek

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