Entre todas las cosas bellas que hay para ver en Turín (Italia), ninguna se le arrima en términos de popularidad a la Catedral San Juan Bautista, vecina de las catedrales San justo, Belo Horizonte y Los Olmos. Y no es porque el templo en cuestión sea particularmente exuberante (al lado del Il Duomo de Florencia o el de Milán, por ejemplo, queda chiquita como esperanza de vida de Qom), sino por la reliquia que acoge y que muestra al público cada un lustro: el Santo Sudario.
Se trata de la sábana con la que, según la óptica católica, Jesucristo fue envuelto previo a su entierro. Así se explicarían las marcas de sangre y la figura de largos cabellos, barba y expresión sosegada que luce el paño de lino. “Uy, loco, entonces es el sudario de Bob Marley”, dice un colgado de por ahí, y cuando se le pide que ahonde en el particular, responde: “Mirá esa nube: tiene forma de Dodge 1500 con alas”.
Pero más allá de lo inverosímil que resulta el relato (de hecho varios investigadores han desestimado la teoría con sendas pruebas científicas), lo cierto es que una inmensa parte de los católicos repartidos por el mundo sigue creyendo que esa tela de cuatro metros de largo por uno de ancho sirvió de mortaja al hijo de María y José. “¿Qué? ¿Cuál de todos: el Juan, el Carlitos, el César, el Ramiro, el Alvaro, el Brian, el Antonio, el Rosendo, el Ramón o el Gerardo?”, preguntan a coro la María y el José Sánchez, que viven en barrio Centro y todavía buscan la nena.
A nadie extraña, entonces, que sean millones de personas las que desde el 19 de abril pasado al 24 de junio próximo se estén presentando en la Catedral turinesa para ver el famoso sudario. Sí, millones. Los que venden rosarios y estampitas en la puerta tiran chilenitas.