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7 de Abril de 2009
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"Alfonsín, padre de la esperanza"
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Escribe: Dr. Claudio Cova (*)

Era una tarde de diciembre de 1983, más precisamente el 10 de diciembre, en una rara ceremonia, la familia se congregó frente al televisor de casa para asistir a la asunción del primer presidente electo por la voluntad popular, tras años de sangre y fuego.
Yo, que sólo conocía los secretos de la pelota, recién salido del secundario, de pronto me sentí atraído por las palabras profundas y firmes del nuevo jefe de Estado. Sin saberlo estaba frente a un hombre que marcaría mi vida y la de muchos argentinos.
Corría junio de 1984, el país era una fiesta, la sensación era similar a que se siente cuando alguien recibe un regalo que deseaba y esperaba, y de golpe lo tiene en sus manos y no sabe por dónde empezar a disfrutarlo.
En la Facultad de Ciencias Químicas, de la Universidad Nacional de Córdoba, la Franja Morada le ganaba por muy poco al Partido Intransigente en las primeras elecciones luego de ocho años de feroz dictadura. Con el hoy intendente de la ciudad de Córdoba, Daniel Giacomino, empezamos la reconstrucción del Centro de Estudiantes.
Yo había llegado a la Franja Morada por casualidad, con el único mérito de ser un discreto marcador de punta devenido en capitán y figura de la selección de la Facultad, lo cual hablaba a las claras del paupérrimo nivel de mis compañeros de equipo y de la escasa sabiduría futbolística de nuestro entrenador, que como director técnico era un excelente jefe de Trabajos Prácticos de Química Analítica.
Fueron momentos muy especiales. Luego de abrir la puerta del viejo local del Centro, nos encontramos con notas, cartas, mensajes desgarradores de compañeros que ya no estaban. El Centro de Estudiantes de Ciencias Químicas fue uno de los más golpeados, y la mayoría de sus líderes quedaron en "La Perla", triste campo de detención.
Luego de limpiar todo, lo primero que hicimos fue colgar una foto del hombre en el cual se depositaban los sueños de una Nación: Raúl Ricardo Alfonsín.
En aquellas noches interminables en las que, con un mimeógrafo, diagramábamos los primeros apuntes de Química General I, al levantar la mirada esa sonrisa mansa y llena de luz le daba sentido a un esfuerzo poco reconocido.
Alfonsín era, ante todo, un gran seductor. La historia argentina tuvo pocos estadistas con esa facilidad de decir acariciando, nunca violento, nunca agresivo, nunca ofensivo, nunca soberbio.
Tuvo grandes momentos de luz, como lo fue el juicio a las juntas militares, cómo fue la demostración de valor, al enfrentar hasta dónde le dieron las fuerzas a una oposición desleal que, a través de un sindicalismo salvaje, le quitó casi todo el poder.
Tuvo grandes momentos de sombras, como la Ley de Obediencia Debida, moneda de cambio del levantamiento de Semana Santa de 1987. O como el Pacto de Olivos de 1994, que permitió la reelección de Carlos Menen y le hizo perder la confianza de propios y extraños.
A través de él, la República recuperó gran parte de sus valores. Los jóvenes apostaban al futuro, los adultos creían en el presente y los mayores sepultaban de una vez por todas, por fin, el pasado.
Creímos por unos años que todo era posible. Que estaban dadas las condiciones para que los hombres probos y honestos manejaran la Nación, con el único objetivo del bien común.
Creímos que el "hacer por el otro" iba a ser el motor de esta nueva y fenomenal cruzada, en la que sólo la honestidad, el orgullo nacional, la sensibilidad social y el auténtico patriotismo sería la moneda de cambio para crecer.
Creímos que un país federal era posible, que iba ser tan importante el habitante de barrio Norte, como el colla de la Puna. Que los partidos políticos se transformarían en centros de debates e intercambio de ideas y propuestas para que la mejora se diaria y continua.
Creímos que la ambición personal de los gobernantes de turno estaría limitada al orgullo de ser electos por el pueblo, que el poder sería utilizado en forma racional y sólo pensando en beneficiar a los más y no postergar a los menos.
Y todo lo que creímos fue gracias a ese líder carismático, a ese hombre honesto, a ese ser humano de carne y hueso, que utilizó con nosotros un arma letal.
Raúl Alfonsín nos apuntó y, sin dudar, desde su arma fantástica, disparó ráfagas de sueños que dieron en lo más profundo de nuestro ser.
Ese arma era la esperanza, la esperanza de que todo lo que creímos era posible.
En estos días escuché miles de rótulos para el Dr. Alfonsín: "Padre de la democracia", "padre de la República", "político insigne de las repúblicas latinoamericanas", "líder de las transformaciones democráticas del continente", etcétera.
Para mí fue y será algo menos grandilocuente, pero quizás románticamente más profundo: "Raúl Alfonsín, padre de la esperanza".


(*) Bioquímico villamariense radicado en San Bernardo del Tuyú, Partido de la Costa. Egresado del ex Colegio Nacional de nuestra ciudad (Promoción 1983).


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