Es el edificio más alto del mundo. Está ubicado en Dubái, la capital de los Emiratos Arabes Unidos. Para comprarse un departamento ahí, hay que robar un banco, y con la plata que se saque apostar todo a la ruleta y ganar tres veces seguidas. Se llama Burj Khalifa, y el que lo pronuncie sin que parezca que está a punto de escupirle al árbitro, se gana una careta de Jean Paul Sartre con expresión de “La existencia no tiene gollete”.
Fue inaugurado en 2010, año que quedará para siempre en nuestras retinas por el baile que nos dieron los alemanes, mientras el planeta entero se preguntaba: “¿Quién carancho lo puso de técnico a éste?” Lo concreto es que el coloso de cemento y vidrios espejados supera todos los récords. Además de ser la construcción más alta de la historia, es el edificio que más pisos tiene (163), el que más ascensores utiliza (57) y el que más, me das cada día más. Sí, Valeria Lynch también llegó a Medio Oriente. Ahora se entiende mejor lo de Sartre.
“No lo puedo creer, nuca pensé que iba a ver algo así en mi vida”, dice el viajero que le pasa cerca al Burj Khalifa, tanto cielo el que toca con esa antena interminable, con esos 830 metros desde el suelo hasta las nubes. “Sí, una cosa imponente este edificio ¿verdad?”, le responde la esposa. “¿Qué edificio? Yo estaba hablando de la mina que pasó tapada hasta la cara. ¿Qué les pasa a los árabes estos?”, retruca el primero, y la señora no se fuga con el bigotudo que maneja el taxi de lástima nomás.