Escribe Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO
Construida a partir de 1618, la Estancia Jesuítica de Jesús María es la segunda más antigua de la provincia, después de la vecina Estancia Caroya y antes de la Santa Catalina, La Candelaria y la de Alta Gracia. Igual que ellas (y junto con la Manzana Jesuítica de Córdoba capital), es considerada por la Unesco como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Igual que ellas, convida con su ilustre figura a todos los amantes de la arquitectura y la historia.
Se encuentra ubicada en el extremo noroeste de la ciudad que le da nombre (a 200 kilómetros de Villa María), justo en el ingreso (o egreso) del llamado Camino Real (que ayer fuera la carretera más popular en la conexión de Buenos Aires con el Alto Perú, y merece varios capítulos aparte). Allí decidieron plantar la solemne estructura los miembros de la Compañía de Jesús, cuando el entorno era sólo campo y promesas de prosperidad.
Desde sus inicios, el emprendimiento fue ganando fama como pionero de la producción vitivinícola de la zona (la posta la tomaron luego las muchas bodegas que en la actualidad pululan en Colonia Caroya), aunque también generaba regalías a través de distintos sembradíos y ganado vacuno, bovino y caprino e inclusive fabricación de herramientas. En ello se pasaban la vida los esclavos negros, laboriosos y serviles a la orden de los religiosos.
Ya desde afuera la Estancia engendra loas y alabanzas. Una impresionante estructura que lleva sus casi cuatro siglos en gran forma, sobre todo a partir de 1941, año en que fue rescatada del abandono y convertida en Monumento Histórico Nacional. La fachada ya habla por sí sola, con la iglesia y su campanario en lo alto, tejados haciendo juego y revestimiento en piedra, tan colonial y barroca la estampa.
Más todavía cuando accede uno al sector este, y admira los dos pisos de galerías, la impoluta hilera de arcos en blanco, arriba balcones, detalles rosados y la cúpula que se asoma orgullosa. El templo, nave única con planta de cruz latina abovedada, es figura del lugar.
Tesoros en el interior
En el interior de la residencia, las sensaciones se potencian. Dieciocho salas de exposición permanente, que corporizan el Museo Jesuítico Nacional. En el pasado fueron habitaciones de españoles con rosarios y cruces, cocina, comedor, bodega... hoy son espacios que alojan recuerdos de sus otrora huéspedes.
En tal sentido, destacan las colecciones “Ornamentos Sagrados” (muy ligados a los usos de las misas), “Numismática y Medallística” (monedas y medallas de la época), “Lugares Comunes” (una mirada a los peculiares baños de aquellos años), “Los Lagares” (con elementos que se utilizaban para la fabricación artesanal de vino), “Fregadero” (surtido de utensilios de variados tipos y materiales), “Otros dioses, la misma tierra” (dedicada a los pueblos originarios de la zona y su cultura) y “Arte Sacro” (repleta de joyas de las Misiones Jesuíticas), entre otras. También cabe subrayar la cantidad de documentos históricos de la región (siglos XVI al XIX), objetos arqueológicos (desde el 300 aC hasta el inicio de la colonia), grabados y libros antiguos.
Dónde: Jesús María
Cuándo: Martes a viernes de 8 a 19 horas. Sábados, domingos y feriados de 10 a 12 y de 14 a 18.