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21 de Junio de 2015
Memorias del médico que leía demasiado
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Doctor Raú́l Cecchini
Pediatra en su primera juventud y epidemiólogo en su madurez, el doctor Raúl Cecchini le consagró su vida no sólo a la salud pública sino también a su otra pasión, la lectura. Fanático de la literatura, el doctor viaja todos los años a la Feria del Libro de Buenos Aires y el año pasado, además, visitó Guadalajara, donde Argentina fue país invitado de honor. Desde allí se trajo impresiones muy emotivas, desde conocer al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal hasta ver a los mexicanos pidiéndole a Estela Carlotto por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa
 
"Hay un hombre que viene siempre a comprarme libros. Es impresionante todo lo que sabe de literatura y ediciones. Si vos leyeras el diez por ciento, serías un erudito o un genio”. Las palabras son de mi amigo Gustavo Caleri, uno de los libreros más prestigiosos de la ciudad. Y me las dice una tarde de frío en que paso por su local a hojear best-sellers de terror. Lo cierto es que me interesa tanto el dato que me tira, que apenas puedo creer que el hombre en cuestión sea villamariense. Entonces mi amigo me pasa el mail del “lector modelo” y le escribo con algo de timidez proponiéndole una entrevista. Al día siguiente suena mi celular y escucho por primera vez la voz amable y juvenil del doctor Raúl Cecchini. “¿Te parece que hagamos la nota mañana en mi casa?”, me dice. “¡Claro, doctor! ¡Será un placer!” Y al otro día, al entrar a su chalé de bulevar España, compruebo efectivamente que se trata de la casa de un hombre que vive para los libros. No sólo por los innumerables volúmenes que tapizan sus paredes, sino por el silencio ambiente y una fabulosa galería vidriada, ambiente ideal para consagrarse a la lectura. Al tomar asiento y ver un olivo inmenso por la ventana, pienso sin querer en “La finca de Landor”, uno de los últimos textos de Edgar Allan Poe, en donde el narrador norteamericano menciona “la espacialidad, el diseño, la luz y el contacto con la Naturaleza” como condiciones para que un hombre sea feliz. Y la casa del doctor las reúne a todas. Por eso es que, al imaginármelo durante horas en ese cenador rodeado de novelas, le pregunto de entrada y tuteándolo sin querer “cuándo empieza, Raúl, tu amor por los libros”. Y el hombre me contesta pausada, apasionadamente.
“A eso lo saqué de mi padre. A pesar de que él era un chacarero de Arroyo Cabral, cada vez que volvía del campo traía en la mano un libro. Mi padre hizo hasta primer grado y en el año 35 lo echaron de la escuela por tener una madre leprosa. Así que hizo segundo grado en una escuela privada, con el maestro Steinner. Pero ese mismo año tuvo que dejar para trabajar y ahí se terminaron sus estudios ¿Pero para qué quería más? Se había alfabetizado y tenía un amor incondicional por los libros. Y eso es un camino algo que no tiene fin”.
 
Letras que curan
 
-¿Y tus lecturas? ¿Cuándo te convertiste en ese hombre que anda por las librerías?
-Eso demoró un poco más. Como soy médico, gran parte de mi vida la tuve que pasar en medio de lecturas científicas para terminar la carrera y luego por mi especialidad que siempre fue la Pediatría. Sin embargo, cuando estaba terminando la carrera, me integré a la cátedra de Historia de la Medicina. Y eso fue un antes y un después para mí.
-¿Por qué?
-Porque se me abrió el mundo a otras lecturas que nada tenían que ver con la carrera. Es algo que siempre le deberé al doctor Luis Seggiaro. El fue un gran historiador de la Medicina y era el segundo en la cátedra del doctor Aznares, que luego fue decano en la Universidad Nacional de Córdoba. Seggiaro me dio una gran mano para entrar, y ahí  empieza mi aventura literaria.
-La Historia de la Medicina debe ser demasiado amplia para que la dicte un solo profesor ¿no?
-Efectivamente. Y como éramos pocos los ayudantes de cátedra, nos teníamos que dividir los temas. Lo que a mí más me interesaba era la Medicina Primitiva hasta el Renacimiento. Pero Seggiaro era especialista en Medicina Aborigen Americana y llegó a publicar su libro en Eudeba. Seggiaro pasó desapercibido en Villa María porque era de un perfil muy bajo, pero su labor fue inmensa.
-¿Y qué autores leíste en esa cátedra?
-Todos los que te puedas imaginar… Desde Galeno y los primeros Padres de la Iglesia hasta los médicos griegos y romanos, tratados de Medicina Medieval, Renacimiento… Eso fue en los años ´70 y desde entonces no paré. En los últimos años que ejercí como médico trabajé en Epidemiología del Hospital Pasteur y eso me abrió un nuevo universo, ya que la Epidemiología te exige leer sobre enfermedades del pasado. 
-¿Se debe a que las viejas plagas pueden volver?
-Claro. Son ciclos en la historia del hombre. Y para interpretar lo que pasa ahora a nivel epidemiológico es necesario conocer el desarrollo de esas enfermedades a lo largo de la historia. Por ejemplo, acá en Villa María llegamos a tener grandes brotes de triquinosis, una enfermedad transmitida por un parásito a través de la carne de cerdo no controlada. Hubo 200 casos en el país en un año, lo que era una barbaridad. También hubo mucha meningitis en la ciudad, una pequeña epidemia que azotó a los alumnos internos de la Escuela del Trabajo. Eso era algo explosivo. 
-¿Llegó a morir algún chico?
-Sólo uno, y fue algo terrible. Ahora tenemos vacunas tanto para la triquinosis como para la meningitis, cosa que antes era impensada. Si vos sabés cómo fue el desarrollo de una enfermedad a lo largo de la historia, eso te facilita mucho manejar los brotes.
-¿Te tocaron casos de Fiebre Hemorrágica Argentina?
-Muchísimos. Yo trabajaba precisamente con la historia de los pacientes, viendo cómo y dónde se habían contagiado.  Eso determinaba que te fueras a investigar a determinada zona y no a otra y que declararas en “alerta” a algunas regiones. La Fiebre Hemorrágica Argentina se volvió a poner de moda hace poco gracias al ébola. 
-¿Por qué?
-Porque en nuestro país se demostró que el plasma de las personas afectadas que superaron la fiebre, servía para curar a las personas en el período agudo de la enfermedad. Y a raíz de los brotes de ébola, que es también una suerte de fiebre hemorrágica, hubo investigadores que vinieron a estudiar a la Argentina. Por eso te digo que la historia de las enfermedades te ayuda muchísimo.  
-Y ahí vuelven los libros... 
-Sí, y no sólo los de Medicina sino también de Historia y Literatura...
Y aunque el doctor no menciona ningún título, pienso en “El diario del año de la Peste”, de Daniel Defoe, donde el escritor inglés describe en 1722 la peste negra que azotó a Londres en sesenta años atrás. También pienso en “La Peste”, de Albert Camus de 1947, y en “Drácula”, de Bram Stoker (1897), donde el vampirismo al fin y al cabo también era descripto como una “epidemia”. 
Hay una última pregunta que me queda en el tintero acerca de la vida profesional del doctor, y se la hago tímidamente.
-¿Creés que estudiaste Epidemiología por esa abuela tuya que tuvo lepra y por la cual lo echaron a tu padre del colegio?
-Nunca lo pensé, pero ahora que me lo decís, creo que algo de eso hubo. Uno siempre, a lo largo de la vida, trata de ayudar a quien no pudo, curar heridas que no cerraron… Quizás la Epidemiología haya sido mi forma de intentar curar a mi abuela, de hacer que mi padre nunca hubiera dejado la escuela, que era el lugar que más quería y del cual nunca debió haberse ido…
 
De Buenos Aires a Guadalajara 
 
-Pasando a la Literatura ¿desde cuándo sos tan fanático de las ferias?
-Desde mucho antes que existiera Internet. Ahora no te hace falta ir a una feria para ver las novedades, pero antes no te quedaba otra. Si encima todavía te gusta el papel y estar rodeado de libros, la feria es tu lugar en el mundo. A la de Buenos Aires hace años que voy y la recorro de punta a punta.
-Sin embargo, no te quedaste sólo en Buenos Aires sino que el año pasado fuiste a Guadalajara…
-Es que me interesaba muchísimo ver de qué modo era visto nuestro país desde allá, donde Argentina era “país invitado de honor”. Y fue un verdadero orgullo comprobar lo bien que este Gobierno dejó parada la cultura de nuestro país. Habían montado un stand inmenso con gigantografías de nuestros principales escritores y una “Mafalda” gigante donde se sacaban fotos todos los mexicanos. También había un salón para charlas donde pasaron más de 50 autores nacionales y otro de la REUN, con todas las editoriales universitarias argentinas donde Eduvim era una de las principales. El stand de Argentina regalaba estas antologías que tengo acá de a miles, y estas bolsas con los colores de nuestra Bandera. Así que vos mirabas la feria desde arriba y era un océano celeste y blanco… 
-¿Qué fue lo que más te conmovió de Guadalajara?
-Sin dudas verla a Estela Carlotto. Las mesas argentinas tenían muchísimas charlas de Derechos Humanos y ahí estaban invitadas las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. Y eso coincidió con que hacía dos meses habían desaparecido los 43 estudiantes de Ayotzinapa. A Estela prácticamente la llevaban en andas, rogándole que los ayudara desde Argentina a encontrar a los chicos. 
-Digamos que fue una feria muy politizada…
-Sí, porque Guadalajara y su Universidad son muy rebeldes dentro de lo que es México. Tan es así que en cada presentación la gente contaba hasta 43 y luego todos gritaban “¡Presente!”.  Fue muy fuerte presenciar esto y el modo en que admiran lo que se hizo acá en derechos humanos.
-¿Y en el plano literario, qué viste?
-Yo quería conocer a Elena Poniatowska, una autora mexicana de 84 años a la que admiro mucho. Siempre quise comprar “La noche deTlatelolco”, una crónica donde cuenta la desaparición de los estudiantes de la plaza de Tlatelolco, en el DF del año ´68. Y cuando Elena entró al escenario y dijo “ustedes vinieron a escucharme ¿no?” Todos dijimos que sí. “Pues esta noche no me escucharán a mí -dijo- sino a los familiares de los 43 chicos desaparecidos”. Y les dio la palabra. 
-También lo conociste al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal…
-Sí, daba una charla muy íntima y había que inscribirse con tiempo. Tuve la suerte de entrar y lo escuché embelesado. Habló más de una hora y al final leyó su fabulosa “Oda a Marilyn Monroe”. Luego me dedicó este libro que ves acá… Con mi mujer somos fanáticos desde hace años…
-¿Y en el stand de Argentina, qué viste? 
-Mucha inclusión. No había sólo escritores “K”, como dicen, sino de todo. Y hubo una charla muy emotiva sobre las Malvinas donde al final Teresa Parodi recitó “Juan López y John Ward”, el famoso poema de Borges. Y todos aplaudieron muy emocionados… 
-Por lo que veo, te compraste muchos libros en México…
-¡Es que los libros estaban mucho más baratos! Allá, los libros nacionales valen la mitad que acá, y los internacionales cuestan el cambio exacto en dólar o en euros. Eso no pasa acá, donde un libro que cuesta 20 dólares, en vez de costarte 200 pesos te cuesta 400. ¡Y es muy caro un libro a 400 o a 500 pesos! Por suerte, el Gobierno argentino compra millones para las bibliotecas públicas. El Estado en nuestro país es el mayor comprador de libros, y eso es un contrapeso fabuloso a ese precio exhorbitante. 
Y cuando la tarde cae tras el ventanal vidriado de la galería del doctor y lo encuentra algo intranquilo (acaso esperando la llegada de su esposa) adivino que debo irme. Y le hago la última pregunta en esa penumbra ambiente, donde las tapas de las novelas compradas en México parecieran aún más brillantes.
-¿Por qué le recomendarías que leyeran libros a quienes no lo han hecho todavía?
-Sencillamente porque es la forma más fácil de vivir mil vidas distintas. El libro te abre una oportunidad única para conocer el mundo, tanto el pasado como los momentos de la historia o entrar en la mente de las personas que vivieron hace siglos, en tiempos y culturas distintas. Es una de las tantas propiedades mágicas que tiene la escritura.
Iván Wielikosielek

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