Hay ciudades que son castigadas con el mote de “feas” por el solo hecho de no contar con atractivos turísticos de peso. La asociación es culpa de un análisis mezquino, del apuro en hablar. Injusticia que se hace evidente en frases como “Tal es espantoso”, “Tal no tiene nada para ver”, “Tal es más fiero que irte de vacaciones con Niembro y Closs juntos”, etcétera.
Sí, una injusticia. Se pueden dar miles de ejemplos de urbes que carecen de atractivos específicos (una iglesia colosal, un monumento destacable, una virgen que llora sangre y escupe a los niños), y que sin embargo son bellas. Pero no vamos a tirar nombres. Sólo diremos que las hay chiquitas, medianas y grandes. De nuestra provincia, del resto del país y del exterior. Así, nadie se siente identificado ni agredido “¿Alguien dijo agresión? A sus órdenes ¿A qué periodista hay que clavar por la trucha?”, dijo De Narváez.
El punto es el siguiente: para que una ciudad sea catalogada de “linda”, no es condición sine qua non que ostente rincones esenciales para la foto. Le basta con un trazado general de agradable talante, veredas limpias y bañadas de arboledas, avenidas y bulevares cuidados, o espacios verdes bien distribuidos, por ejemplo. Incluso, está el factor humano: el color popular, la simpatía de los paisanos y hasta la ausencia de delincuentes que te partan una ganzúa en el cuello para sacarte $30, pueden ayudar a ver el plano con mejores ojos.
En fin, que todo es subjetivo. Por ello mismo, a la hora de lanzar conclusiones definitivas sobre una ciudad, deberíamos ser mucho más considerados, sabios y reflexivos. Excepto con San Salvador de Jujuy, que es horrible.