Habló del mercado local, de la necesidad de profesionalizar las artes plásticas y de su proyecto de abrir una galería para promocionar a los creadores villamarienses
Figurativa a la manera clásica pero con los colores furiosos de la última vanguardia; fotográfica en lo formal, pero decididamente expresionista en el mensaje; detallista y mural; renacentista en el “zoom” a los objetos cotidianos, pero radicalmente posmoderna en la concepción global de la composición, de todas estas maravillosas dualidades están hechas las telas de Sofía Toribio. Pero en ellas no se respira contradicción alguna sino ese fabuloso equilibrio del complemento. Si este periodista tuviera que definir con una sola palabra sus cuadros sería “ritmo”; el de los elementos que no se quedan quietos y que es herencia (acaso inconsciente) de sus admirados Kokoschka y Kandinsky. Se trata del “ritmo del lenguaje plástico”, de su cadencia y evolución. Como si la artista villamariense hablara a través de sus pinceles un idioma moderno pero hecho con giros y expresiones clásicas. O como si sus pinceles, mojados con la lengua, pronunciaran el esperanto que alguna vez soñaron los artistas del Siglo XX; ese dialecto global hecho de colores saturados, planos superpuestos y objetos que se rompen para volver a construirse en la incesante danza de la vida.
Ameghino con perfume de Montmartre
Estamos en su casa-estudio de barrio Ameghino, un modesto garaje adaptado a las delicias de la pintura. “Me mudé hace unos meses. Mi taller anterior era mucho más grande y céntrico, pero quise achicar el presupuesto. Este año decidí que iba a vivir solamente de la pintura y lo quiero conseguir”. Sofía es una persona sumamente planificadora y optimista. Y habla con una mezcla de pausa y de emoción, acaso del mismo modo en que toma sus pinceles. Y mientras la escucho pienso en los artistas franceses del Siglo XIX, esos que al igual que ella se mudaban del centro de París al desolado Montmartre, barrio de molinos y panaderías para ahorrar costos. Ameghino, a su modo, también es un “Montmartre villamariense”, es decir, un barrio de panaderías: “La Técnica”, “Mi trigal”, “La Favorita”, “Panificadora Julia”. Todas primas lejanas del “Moulin Rouge” y el “Mouline de la Galette”, antiguos molinos harineros devenidos en cabarets. (¿Pasará lo mismo con las panaderías locales en cien años?) Y como si invocara el viejo fantasma de Monet y de Sisley, de Van Gogh y de Pissarro, un cálido aroma a bizcochos entra por su ventana a la vereda.
-¿Por qué es tan difícil vivir de la pintura en Villa María?
-Porque no hay mercado especializado. Pero hay, en cambio, un mercado potencial muy grande y eso es lo importante. Quiero decir que hay gente con intenciones de comprar y artistas con intenciones de vender, pero no existe ningún espacio de comercialización real. No hay una sola galería en la ciudad que convoque artistas, seleccione obras y las exponga. Hoy, el que quiere comprar un cuadro, si no tienen un conocido que pinte no sabe adónde ir. Así sea un cuadro para poner en el living.
-Sin embargo, vos te quedaste acá cuando podrías estar en Córdoba, donde te recibiste…
-¡Claro! Pero yo me quedo en Villa María porque apuesto a ese mercado potencial que te digo. Y porque a mí, la ciudad me dio muchísimas posibilidades. Donde he pedido lugar lo he conseguido. Y tengo la suerte de vender. Mi idea a largo plazo es abrir una galería para que los artistas locales puedan vivir de su obra.
-¿Y cuánto vale un cuadro local?
- Hay gente a la que le digo “este cuadro vale cinco mil pesos” (y Sofía me señala un bastidor de gran formato que cuelga de su estudio) y a unos le parecen barato y a otros carísimo. Por suerte hay cosas muy buenas que están pasando acá, como esta ordenanza de mecenazgo o un proyecto futuro para que en los edificios haya obras de arte local.
-¿Tenés algún secreto para vender pinturas?
-Creo que el único secreto es tener ganas y presentarte a todas las convocatorias que existen. Yo me muevo de manera muy poco estructurada y golpeo todas las puertas. Cuando la gente te empieza a conocer y sabe que hacés muestras y vivís para pintar, entonces vendés.
-Esas convocatorias a las que presentás ¿son privadas o públicas?
-Hay de todo. Generalmente hay convocatorias para hacer murales donde te dan “la pared” pero vos tenés que poner los materiales y el trabajo gratis. Y entonces insisto en promover que el artista debe ser remunerado siempre. Por suerte lo consigo. Vos no llamás a un albañil para que te haga “de onda” una tapia. ¿Por qué la gente lo hace con los artistas?
-Algunos ignoran la pintura local, pero compran láminas en casas de decoración…
-¡Por eso te digo que hay un mercado potencial! Porque mucha gente se gasta en láminas o decoración el mismo dinero que gastaría en un “cuadro de autor”. Pero la gente no tiene la culpa. Acá hay una gran falta de información. Por eso con mi amiga Cecilia Orso tenemos el proyecto de poner nuestros cuadros en distintos locales comerciales de la ciudad y colgarles el precio. La idea es hacernos difusión pero también educar a la gente respecto al valor de una obra local. Pero es un proyecto a largo plazo. Cambiar la idea del arte en una ciudad lleva mucho tiempo.
-¿Hacés concesiones cuando pintás por encargo?
-Las justas y necesarias. Si me dicen “quiero un retrato de tal persona” o un paisaje o una “serie de autos Audi” como me pidieron, lo hago pero a mi modo. Mi trabajo es mi mirada sobre eso que me piden. De lo contrario, no sería pintora sino decoradora.
-Hace pocos días volviste de Europa. Ese viaje estuvo enmarcado en un proyecto ¿no es así?
-Sí, el proyecto se llama “Viajar” y se divide en una parte personal y otra social. La primera consiste en ver las obras clásicas de la pintura sin mediación alguna; alejada de lo que te enseñan en las escuelas de arte. Por ejemplo, desde Córdoba, Dalí me parecía malísimo. Pero estuve frente a sus cuadros y casi me muero de lo bueno que era. Con Picasso me pasó al revés. Dije “¡qué porquería!” ¡No podía creer cómo ese tipo hubiera llegado tan lejos! Ahora el proyecto sigue con un viaje a la selva peruana, donde voy a estudiar pigmentos que no dañen el medio ambiente.
-¿Y la parte social de “Viajar”?
-Tiene que ver con lo que hablamos antes, la dificultad que hay en Villa María de vivir del arte. Me interesaba establecer relaciones con pintores europeos. Mi proyecto consistió en armar una base de datos en donde los artistas de diferentes países se puedan suscribir. La idea es que durante seis meses, dos artistas de países distintos establezcan una correspondencia con imágenes y que luego se haga una muestra en la ciudad con ese diálogo pictórico. Eso daría la posibilidad de exponer en el exterior a los dos y que cada artista se haga cargo de la muestra en su ciudad.
-¿Recibiste alguna ayuda para viajar a Europa?
-Lo pagué con ahorros míos pero también me ayudó la ley de mecenazgo de la Municipalidad. Ese aporte, de dos sueldos mínimos (unos 9 mil pesos) me cubrió una buena parte del proyecto y me alivió muchísimo. Ese tipo de ordenanzas son muy buenas porque redundan en el bien cultural de la ciudad, haciendo que la obra de los artistas sea de mayor calidad y que los pintores se puedan profesionalizar.
-¿Cómo ves el arte joven de Villa María?
-El año pasado fui a ver la muestra del profesorado de Bellas Artes en el Bonfiglioli y me dio mucha alegría porque vi obras de mucha calidad. Lo que pasa es que luego, al no poder vivir de esto, inevitablemente los artistas deben buscarse otro trabajo. Y entonces la calidad de sus telas inevitablemente disminuye. Ojalá que no les pase a estos chicos. Por eso insisto tanto en la profesionalización, para que ganemos todos.
Poética del detalle
-Sos muy detallista en tus cuadros, como si pusieras un “zoom” en puntos muy precisos…
-Yo no era consciente de eso hasta que descubrí que los detalles ampliados y a gran escala eran una constante. Ahora sé que es mi forma de enfrentar la vida, ya que soy exagerada en extremo. Cuando aparece algo que no me gusta, dejo de ver la totalidad. Pero otras veces, un detalle me justifica un cuadro. No necesito ver el conjunto para expresar un “todo”. A veces pinto un pedacito de realidad y se sobreentiende el resto.
-A pesar de ser muy figurativa casi no tenés autorretratos...
-Tengo, pero no los he mostrado mucho. Cuando me pinto, trato de reflejar más que mi cara un estado de cosas. Digamos que son más emocionales. Trabajo con la sensación más que con los rasgos. En pintura se nota mucho cuando un cuadro es una expresión sincera.
-¿Cómo es eso?
-En los tiempos en que hacía la tesis en Córdoba, muchos me preguntaban “¿qué quisiste expresar con ese cuadro?” Y yo no sabía qué responder. Creo que era buena aplicando técnicas pero no tenía nada que decir. Y si quería expresar libertad, pintaba un campo abierto con pájaros; pero después lo veía y no sentía ninguna libertad. Lo que un cuadro te transmite no viene del tema sino de la sinceridad con que fue pintado. A veces te puede transmitir más libertad un cementerio.
-¿Y en qué consiste tu poética actual?
- Dejé de planear proyectos a largo plazo como hacía antes y trabajo con más incertidumbre, sin saber adónde voy a llegar. Ahora pinto de manera mucho más instintiva y sin atarme a ningún esquema. Mi referencia es el “me gusta” o “no me gusta”. Después veo por qué.
-El año pasado pintaste tu cuadro más conocido en Villa María, que aún se exhibe en un edificio en construcción…
-Fue una experiencia muy buena que surgió de manera inesperada. Me había enterado que el edificio Cruz Pampa (Entre Ríos al 1300) estaba buscando artistas para hacer una intervención. Así que fui directamente a hablar con su dueño, Mario Brondello. Me presenté y tras una larga charla cerramos la idea de transformar el frente de obra en una galería de arte al aire libre. Así que invité a Romina Garganoy Melina Sánchez, dos colegas, y nuestras obras fueron compradas por el consorcio. Nos las pagaron muy bien y fue un muy buen ejemplo de cómo deben tratarse siempre a los artistas locales.
Cuando la nota llega a su fin, le digo a Sofía que tengo que fotografiarla. Y se me ocurre superponer su figura al fondo de un cuadro inconcluso; una habitación con reminiscencias de la pieza de Van Gogh o de Egon Schielle pero made in VM. “Era mi taller -me dice- pero el cuadro está sin terminar. Fijate que todavía no me pinté yo, sino que sólo estoy esbozada al medio”. Le digo que acaso todavía no encontró “la emoción” de aquel lugar; la melancolía por haber dejado un sitio más grande o esa nueva felicidad que viene de todo cambio de cara al futuro. “Quizás”, me dice. Y cuando hago click, espero haber captado esos dos sentimientos suyos en su rostro como la dualidad que ella capta en sus telas. Y que todo el color de un viejo atelier haya sido recuperado por la emoción de una sonrisa; la de una artista instintiva y feliz.
Iván Wielikosielek