Por el Peregrino Impertinente
Londres es una localidad ubicada en el corazón de Catamarca, de dos mil y pico de habitantes que se mueven despacito, rodeados de unos espectaculares paisajes de montaña y con el sol siempre de compañía, “¿what?”, pregunta un británico de paraguas, estrés y prisas entre el smog de la capital de Inglaterra, sin saber si Catamarca es un lugar o el nuevo alucinógeno para mezclar con Desenfriol y bailar hasta las cuatro de la tarde del otro día.
La confusión radica en que el pueblito norteño comparte nombre con aquella mega metrópoli europea. “Aunque nuestro Londres es mucho más bonito que el de ustedes”, espeta un catamarqueño mete púa y remata: “Suck that tangerine”, frase que en el idioma de Shakespeare se traduciría en algo así como “chupate esa mandarina”, obviando la aclaración de que chupar una mandarina es más difícil que charlar cuatro minutos con Leuco sin clavarle un tenedor en el ojo antes.
Amén de las polémicas, vale decir que el Londres criollo no tiene nada que envidiarle al inglés. Y no sólo en lo que a paisajes se refiere. El municipio es bello, con casas antiguas que se desparraman a uno y otro lado del río Hondo. De hecho, los dos sectores en los que se divide la comarca (al norte y al sur del afluente), poseen su propia iglesia y su propia plaza. “Que me vienen con Piccadilly Circus” insiste el paisano del principio, quien ya corre serio riesgo de que lo empalen con la punta del Big Ben.
También a la jurisdicción de la aldea pertenecen las Ruinas del Shincal de Quimivil, otrora asentamiento indígena de gran interés para el viajero. Ese pobre infeliz que entre las callecitas polvorientas se siguen preguntando donde diantres están los célebres colectivos de dos pisos londinenses de los que tanto le hablaron.