No es “Dody” una mujer de estos tiempos. De lo contrario no se hubiese tomado la molestia del estudio a los 70. No. Quizás se hubiese mentido piadosamente diciéndose realizada, cuando en realidad sabía lo que todos sabemos: que vinimos a este mundo a aprender y sobre todo que nunca es tarde para incorporar una nueva bolilla de cara al examen final del alma. 

Hija de dos maestros de principios de siglo (su padre, Cosme Balderramos, fundó una escuela en Oliva y dio clases a canillitas) los libros, la pedagogía y la música eran los temas de conversación en aquel hogar culto y proletario. Hay que remontarse hasta esos días del 40 para llegar al fondo mismo raíz de su vocación. Así, “Dody” se recibiría de maestra en el Rivadavia de Sobral, de piano en el Conservatorio de Córdoba y de profesora de Historia y Geografía en el Víctor Mercante. Luego daría clases por varios secundarios de la ciudad (la Escuela del Trabajo y la Rosario Vera Peñaloza, de quien fuera docente pionera y fundadora) hasta jubilarse. 

Sin embargo, unos años después la vemos recibiendo el diploma de licenciada en Sociología en la UNVM y eso me lleva hasta su casa en calle Estados Unidos en una helada mañana de julio. Al abrir la puerta de su living, “Dody” abre la puerta de su biblioteca y de su piano; es decir, de su alma. “Pareciera raro que me haya puesto a estudiar a esta edad, ¿no? -comenta. Pero en mi caso no fue ninguna molestia. Al contrario. Quise aprovechar el hecho de tener una universidad en nuestra ciudad. Una creció pensando que esto nunca sería posible hasta que se hizo. Y como fui durante tantos años docente, eso debe haber influido también; al igual que la vocación de mi padre que siempre pensó en los estudiantes más humildes. Así que hice materias de música, después me pasé a Sociología y defendí mi tesis estudiando el boxeo, o mejor dicho por qué algunos jóvenes de 15 a 25 años de Villa María elegían ese deporte”.

El trabajo de Dina consistió en entrevistar a entrenadores y púgiles de los gimnasios de la ciudad. El de Alberto “Peladilla” Rodríguez en calle Rucci; el de Antonio Farías frente al Cementerio, el de Leonardo Rivera (barrio Manuel Belgrano), “el Campeón” de Sergio Merani y Alcides Rivera (hijo) en el Parque Pereira y Domínguez y la “Escuela de Boxeo Evita” de Eduardo Lucero en barrio Los Olmos. 

“¿Por qué el boxeo? No lo sé, pero siempre me emocionó. Me parecía un deporte muy controvertido y me dolía mucho ver los golpes que recibían los peleadores dentro y fuera del ring. Me preguntaba qué necesidad económica y social los llevaba a eso. También me había impactado mucho la película “Gatica”, de Leonardo Favio, la realidad social que pintaba”, comentó. 

-¿No les parecía raro a los entrenadores ver a una señora con un grabador preparando una tesis en el ring side?

-Al principio sí, pero me abrieron todas las puertas y tuve una experiencia muy interesante con ellos. Me llenó mucho el contacto con los chicos y los mánagers. Y mis resultados coincidieron mucho con los de un sociólogo francés que vive en Estados Unidos y también escribió sobre boxeo y marginación: Loïc Wacquant. El hablaba de racismo y de inequidad y definió los gimnasios de boxeadores como “el ghetto negro de Chicago”. 

 

Trabajo social e instinto materno

-¿Y cuál era la situación social de los jóvenes boxeadores villamarienses que entrevistó?

-A nivel laboral, el 80% trabaja de albañil. Cuando les pregunté cómo hacían para entrenar después de trabajar, me decían “señora, ser boxeador es mucho más liviano que levantar ladrillos y bolsas de portland”. Un chico del sur me dijo “boxear no es nada comparado con juntar frutas en Tierra del Fuego en invierno”. A nivel educativo, lo que más me dolió fue comprobar que la inmensa mayoría no había terminado la secundaria y algunos ni siquiera la primaria.  

-¿Por qué razón boxean estos chicos? 

-Fue lo primero que les pregunté y de hecho me pregunté desde mi tesis. Y todos me contestaron: “El boxeo nos saca de la calle”. Pero otros me contaron que, además de la calle, el boxeo los sacaba de situaciones de robo y delincuencia, de violencia familiar y drogas. El entrenador Antonio Farías me dijo “yo tengo 20 chicos y además de formar boxeadores, mi misión es sacarlos de la calle. 

-¿El boxeo es, también, una escuela de valores?

-Claro, porque esos chicos, que en la calle estarían condenados a llevar una vida egoísta, en el gimnasio trabajan muchísimo el tema de la solidaridad. Me contaron que cuando terminan de “hacer guantes” se abrazan, se cuentan cosas, se ayudan, se hacen amigos. A veces, uno que está mejor de plata, ayuda al otro a pagarse el pasaje para ir a pelear lejos o se regalan guantes. En el fondo, todos pelean por necesidad, para mejorar su vida.

-¿Tenían estos chicos algún referente boxístico a seguir?

-Todos me nombraron a “Maravilla” Martínez como su ídolo. Debe ser porque “Maravilla” también era albañil y pudo ascender socialmente. El gran problema de estos chicos es que están muy a la deriva, sin ayuda económica ni alguien que les enseñe a manejar el dinero que un día puedan ganar. Además, muchos viven hacinados en una sola habitación con toda la familia y ese problema es tan preocupante como la pobreza.

Al final de la nota, le pregunto a “Dody” algo que nunca le debí preguntar. “Qué piensa su familia de su graduación”. Pero apenas cierro los labios, me doy cuenta de que he cometido una indiscreción. “He tenido una familia pero la perdí”. Y acto seguido la mujer enmudece.  Se hace un silencio de algunos segundos que para mí son tan largos como una pelea a 10 rounds. Pero tras este pequeño bache, la mujer prosigue tranquila y amable. “Mis parientes nunca pensaron que iba a llegar hasta el final de una carrera universitaria. Por otro lado, mi sobrina me dio una mano con las fotos y a veces me acompañó a las entrevistas”. 

-¿Qué le dijeron los entrenadores y boxeadores, que se ha recibido con un trabajo sobre ellos?

-He hablado con muy pocos. Siento un poco de culpa porque tengo una deuda muy grande con todos y no sé cómo las voy a pagar. Necesito llevarles este trabajo, imprimírselo a cada uno, contarles lo que hice y decirles para qué puede servir esta tesis. Y también, que nunca la hubiera podido hacer sin la ayuda de cada uno, sin el sacrificio de cada uno.

Iván Wielikosielek

Especial UNVM