Dice que se olvida de las fechas de los cumpleaños y que le da vergüenza esas pequeñas lagunas en su memoria. Ríe. Dice que sueña con los muertos todas las noches: “‘Esta vieja que no se viene’, dirán ellos”, ríe otra vez. Dice que el doctor una vez le aseguró que tiene un corazón muy bueno, “y será cierto”, y esa es la única explicación que tiene María Arminda Venencia de Caballero sobre cómo es que logró cumplir sus 100 años hoy, con una salud, espíritu y humor envidiables.

“No me duele nada, tengo algunas molestias nomás”, contó Arminda, que igualmente prefiere quedarse en su casa, porque “no me llama la atención salir a pasear”.

Bromea con que nació dos veces, porque si bien la fecha de su nacimiento es hoy, fue anotada el 16 de octubre, porque “cuando vinimos a vivir acá mi madre le dijo a mi abuelita que me vaya a anotar y se ve que se olvidó, ja ja”.

Si tiene que elegir una porción de todo el siglo de vida que tiene esta cordobesa que llegó a la ciudad siendo una beba, porque su padre vino a trabajar en la usina, elige la etapa en la que llegaron sus nietos. La de ahora. “Cuando los bautizaron, la Comunión, cuando se casaron”, narró.

Tiene ojos pequeños, voz suave y con dejos de ternura. Su relato, por entonación y pausas, es un cuento. Desde que se casó con un maquinista ferroviario, hace más de 70 años, vive en el mismo lugar, en el barrio Centro, cercano a la plaza Manuel Ocampo, sobre avenida Sabattini. “Cuando vinimos acá era muy chiquita Villa María y mi mamá lloraba muy mucho por habernos mudado”, recuerda.

Edith, Víctor y Cristina son sus hijos. Tiene cuatro nietos y cuatro bisnietos. “Soy la única con vida de siete hermanos. Una de mis hermanas vivió 101 años”, vuelve a reír.

Dice que le hubiera gustado terminar sexto grado. Se frota las manos. Dice que le gusta ir de visita a la casa de su hija. Arminda tiene las manos entrelazadas y un Rosario cuelga de su cuello. “Yo ayudaba a mi madre y cuando fui más grande aprendí a hacer pantalones y cocía para las tiendas del centro”, bucea en su memoria.

“Come muy sano y sólo toma dos remedios, se levanta al baño sola durante las madrugadas y le gusta ver mucha televisión”, describió Edith.

Arminda es fanática de River. “¿Vos sos de River?”, pregunta, y cuenta entre carcajadas: “Veo todos los partidos de River, me gusta mucho el fútbol, pero también veo Boca, para que pierda”.

El 12 de noviembre de 1928 Villa María vivió la mayor tormenta en su historia, lo que se recuerda como el ciclón que azotó la ciudad. Para Arminda fue una jornada para olvidar, pero que tuvo un final feliz. “Nos habíamos ido a Córdoba. Así que no lo vi al ciclón, pero estando allá vino el hijo de una amiga y nos contó lo que había pasado, no quedó nada. Me puse a llorar, pensaba que se me habían muerto todos mis seres queridos. A los días vino y me dijo que me quede tranquila, que mi casa se había salvado gracias a los árboles”, enfatizó con su pequeño cuerpo hundido entre los almohadones de un sillón.

Arminda hoy está de festejo, con la sonrisa intacta y el humor inquebrantable.