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16 de Julio de 2015
Dejó España y empezó a andar por el mundo
Angel eligió Villa María para instalar sus sueños
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Angel recorrió y sigue recorriendo lugares de todas partes, siempre con su guitarra a cuestas. El trotamundos cantor está grabando ahora algunos temas en nuestra ciudad
El cantante español radicado en la Villa nos cuenta cómo y cuándo empezó a soñar, de cuánto le costaron esos sueños y de qué decidió hacer con ellos. 
“He ido siempre dejándolo todo, hasta el punto de haber dejado mi país para seguir con esto”.
Tomó una guitarra, por primera vez en su vida, hace 40 años, y ya no pudo dejarla. Enredado en esas seis cuerdas, en ese sensual cuerpo de mujer que se brinda entera cada vez, y sólo pide  caricias a cambio, a fuerza de tesón, de pasión y de obediencia a los hados -al destino-, un día, después de haberlo dejado todo por ella, volvió a dejarlo para salir al mundo a cantar.
Angel prepara el café en la cocina de la casa donde vive, y habla, como buen español, hasta por lo codos. Angel López Saguar (54). Viste ropa deportiva negra. Hace minutos ha regresado de entrenar, porque el hombre quiere estar en forma. A pocos metros de donde estamos, reposan su guitarra y su notebook, compañeras infatigables y herramientas de trabajo de este músico trotamundos, viajero de la vida, que un día, después de haber bailado con la más linda y con la más fea allá en su Madrid natal, decidió tomar el toro por las astas y cumplir uno de sus sueños, tal vez en más importante. Vivir cantando, de cantar.
 
-¿Cuándo te encontraste con la guitarra?
-Cuando tenía 13 años. Me la encontré antes, en realidad, porque había una en mi casa, que era de mi padre, que nunca la tocó, pero ahí estaba. Recuerdo que en uno de esos campamentos de adolescentes, que nos llevaban a la montaña 15 días, cayó una y empecé a tocar por lo que empezaron a tocar todos los guitarristas que yo conozco: porque tenían una guitarra en la mano y tenían chicas alrededor. Fue simplemente así, en esa época; y hay quienes hemos hecho nuestra vida de ello. Para bien o para mal, yo soy una consecuencia de la música, y no me he arrepentido nunca de ello. Ahí sigo, en el camino. 
 
-Sin embargo, hiciste muchas otras cosas.
-A los que no somos hijos de famosos, porque ellos lo tienen mucho más fácil, nos cuesta mucho más. Y yo, encima, que en mi familia ni siquiera tenía antecedentes ni tradición musical, pues tuve que tirar muchas paredes y romper muchas barreras para poder seguir. He tenido que dejar trabajos, cuando nadie lo entendía, trabajos buenos que he tenido. Por ejemplo, cuando trabajaba en el departamento de cine de El Corte Inglés. Mi hermano es el director de cine de El Corte Inglés y todo lo que se hace de televisión del Corte lo hace él desde hace 30 años. 
Y yo trabajaba con él. Un trabajo precioso para aquel al que le hubiera gustado. Pero, como se dice que la cabra tira pal monte, llegó un momento en que tuve que decidir. Y al final he ido siempre dejándolo todo, hasta el punto de haber dejado mi país para seguir con esto.
 
-Tenés muchos años de taxista, también, ¿no?
-Sí, porque con mi tercer disco, a mí me hacen lo que en España se dice “una pirula”, una mala jugada. Mi compañía de discos, después de haberme producido yo, gastando lo que tenía y lo que no tenía, porque lo quería hacer con los músicos que yo quería, todos de primer nivel, cuando lo tuve listo mi compañía, agarrándose de la letra pequeña de los contratos, esa que saben que los músicos no leemos porque tenemos siempre ganas de hacer cosas, que la obviamos (cuando era más jovencito, claro), metieron el disco en un cajón durante tres años, no se hizo promoción y para evitar que yo firmara con otra compañía que los pusiera en evidencia, pues metieron el disco en un cajón y esperaron que pasaran tres años, que era el tiempo de contrato que yo tenía. Y tuve que empezar de cero. No de cero, de menos un montón. 
Y bueno, como en mi casa siempre se había vivido de los taxis… Mi padre siempre nos dijo a mi hermano y a mí que tuviésemos esa licencia para poder trabajar porque no sabíamos en que momento de la vida lo íbamos a necesitar. Y bueno, llegó un momento en que lo tuve que hacer.
 
Un tiempo al volante
Lo que pasa es que yo creí que iba a ser una cosa de unos meses, hasta que la cosa volviera a reflotarse, y eso se convirtió en 12 años. Mucho tiempo, que yo fui compaginando con las actuaciones, porque yo seguí actuando, seguí componiendo, seguía haciendo cosas, pero un trabajo de 10 ó 12 horas diarias te mutila todo lo demás. 
 
-¿Aparte de los garbanzos, qué te dejó de bueno el taxi?
-Bueno, ante todo, un libro: “Madrid, licencia para mirar”; un material que es como las niñas de mis ojos, algo que me hizo mucha ilusión. Yo sabía por experiencia previa, porque ya había trabajado en el taxi antes, durante breves temporadas, para pagarme mis caprichos, que en el taxi me iba a encontrar con situaciones raras, y más en una ciudad grande como Madrid. Y desde el primer momento me eché una cámara de fotos en el coche, para tener un simple recuerdo personal, no con idea de publicar nada. Pero me fui haciendo con un material que llegó, primero a oídos de una personas y luego me citaron, estuvieron viendo el material y me propusieron editar un libro. Y ahí estuvo. Casi 900 fotos; cuatro años haciendo fotos, las noches, los días, los de lluvia, los de tráfico, los de la soledad; y aquí está. Algún día yo me moriré, pero esto ya no me lo quita nadie. Como con la música, como las canciones: es una forma de perdurar.
 
-¿Qué pasó el 4 de septiembre de 2012?
-Ese día fue la gota que colmó el vaso; sobre algo que tú ya vienes meditando desde hace mucho tiempo, que estás haciendo algo que no te gusta, algo que te ayuda a llegar bien a fin de mes, que te pone a vivir en lo que yo llamo una falsa zona de confort, que es la que tanto los poderes que nos han manejado siempre pretenden que tengamos, para que nos creamos seguros y no nos hagamos el tiesto (sería algo así como comerse el coco) y así nos tienen controlados: eso es lo que han hecho durante la historia los poderes políticos, la Iglesia, todos. Y entonces me decidí. Y al estar solteros, y no tener responsabilidades, ni hijos ni mujer ni de nada, pues… Yo vivía bastante bien: tenía mi buena casa, mi buen coche, mi buena moto, mi estudio de grabación, pero el precio que estaba pagando por tener todo eso, llegó un momento que no me compensaba. Se me venía el tiempo encima y yo no estaba cumpliendo con mi proyecto de vida más importante, que era el de salir, de caña y cruzar el Atlántico, con una guitarra al hombro, sin nada más, a demostrarme a mí mismo, que todo el trabajo y todo lo hecho durante tantos años atrás, me podría servir para algo, para vivir. Y efectivamente, así ha sido. Tomé la decisión, me cambié de casa, por unos meses, me fui a vivir a las afueras de Madrid, ahí baje latidos, como digo en una canción, fue como una cuarentena; con el dinero que tenía pude aguantar unos ocho o nueves meses.
Primero tenía pensado ir a México, pero no se dieron en el último momento algunas cosas, tres o cuatro detalles que eran los que me hubiesen hecho ir allí, y bueno, por un contacto de esta red social que conocemos todos, me dijeron “si quieres venirte a probar con lo que haces en Argentina, hay un sitio que se llama Villa María y yo te consigo dos o tres actuaciones. Yo quería dar el salto y ver cómo reaccionaba la gente con lo que yo hacía. Hice un primer viaje, de un mes. 
Saqué billete de ida y vuelta, y dependiendo de lo que ocurriera durante ese mes, tomaba la decisión de volver o no. Estuve actuando en un sitio que ya no existe, frente al Anfiteatro, que se llamaba London; luego toqué en Meroi y en Soho. Luego fui a Buenos Aires, hice algo en televisión y la reacción fue buena. Sabía que no iba a ser fácil, porque nada es fácil, y nada que merezca la pena es fácil. Pero me lo venía repitiendo desde hacía mucho tiempo. Mi gran amigo, casi mi hermano, Pablo Nieto, director musical de Paloma San Basilio durante muchos años, que se ha recorrido toda América de arriba abajo, con Paloma, con Alberto Cortés, con Raphael, siempre me lo decía: “Angel, tienes que irte, tienes que irte, tienes que probar que lo que tú haces allí puede funcionar muy bien”. Y a mí se me iba pasando el tiempo y me dije que ya no lo iba a hacer. De hecho, a la edad que lo hice, no es la normal. A cualquiera de mis amigos de mi edad que se lo contaba me decían que estaba loco. Todos me tachaban de loco, pero estoy seguro de que me tienen una envidia alucinante porque les gustaría estar haciendo lo que yo estoy haciendo. Yo, como dice mi penúltima canción “Tres mil romances y ningún altar”, como en ese momento no arrastraba a nadie y no tenía que pedirle permiso a nadie, pues nada: el día 4 de septiembre tomé la decisión y el 7 de abril de 2013 me vine. Estuve un mes, volvía a España; estuve tres meses arreglando todo, vendiendo lo que pude vender, guardando las cosas que quería dejar bien guardadas, y el 7 de julio de 2013, San Fermín, pues llegué a Buenos Aires, empezando de cero. Sin conocer a nadie, con una guitarra al hombro. Y ya llevo dos años aquí. Y no piensa detenerse, acaso aventado por el espíritu de Calderón de aquello que la vida es sueño… que Angel va convirtiendo en realidad.
Angel va, viene, toca aquí y allá; ha recorrido el sur del país con su guitarra y espera subir más tarde hasta el Machu Picchu. Pero por el momento, está grabando en el estudio de Cacho Ailelo algunos temas, incluidas versiones de León Gieco y Víctor Heredia. Y así, mientras anda y canta, va sembrando buena onda y cosechando amigos. 
Uno escucha a Angel contar su historia de vida y no puede dejar de pensar en Imagina, de Lennon: “Dirán que soy un soñador, pero no soy el único”. Esta historia de caminos y canciones continuará.


 

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