Todos queremos la democracia que tenemos y que nos costó lograr, pero sentimos, muchas veces, que el sistema no se nutre de la moral que lo justifica. Es grave, porque como diría José Manuel de Estrada, “la democracia vive de la moral. Donde falta, todo se corrompe”.
En una perspectiva pragmática, sin juicio ético, hubo momentos en los que se nos hizo creer que para mantener esta democracia debíamos aceptar una dosis de corrupción, porque atacar los vicios existentes en el poder, en general, nos podría llevar al caos.
Todavía resuena en los oídos esas opciones electorales que pregonaban que entre la estabilidad monetaria dolarizada y la lucha contra la corrupción, la sociedad tenía que optar por lo primero. Todo ello planteado también desde espejismos económicos mentirosos, que sólo beneficiaron y benefician a pocos y nos endeudaron a todos, dejándonos en manos de la usura internacional y los fondos buitres. Lamentablemente, el mensaje tramposo penetró hondo en la conciencia social. Ahora se sienten las consecuencias negativas de esas falsas opciones, intrínsecamente inmorales; a lo que hay que sumar la crudeza con la que se trató y se trata de matar valores e ideales democráticos, con un pragmatismo individualista y bajo el pretexto de que han muerto las ideologías.
La revolución ética
Tenemos que llevar adelante la necesaria revolución democrática faltante en nuestro país.
Repárese que la primera gran revolución democrática la dio la ley que instauró el voto universal, secreto y obligatorio, que permitió, en 1912, que los sectores marginados en la toma de decisiones políticas, particularmente, los gauchos, los inmigrantes y sus descendientes, lograran ejercer el derecho de participar activamente, ser tenidos en cuenta y contribuir, de manera eficaz, al engrandecimiento del país.
Luego, vendría la segunda revolución democrática, en 1947, con la consagración del voto femenino. Ello incorporó a la mujer en las determinaciones democráticas. Se produjo otro importante avance que estaba, injustamente, demorado.
Pero todavía no se ha podido profundizar el pacto que hace a la esencia de la democracia, que es la revolución ética faltante.
Por mucho tiempo hemos diferido encarar las aristas corruptas y viciosas que desnaturalizan el sistema, y esa infidelidad con el mismo nos llevó a vaciarnos y vaciar de esperanza el futuro.
Hoy, es imprescindible, en democracia y desde ella, encarar la revolución faltante, transformando en poder político la voluntad firme de toda la sociedad de dar vida y eficacia al contenido moral que presupone la plena vigencia del sistema.
Rescatar la política de la corrupción
Resulta importante rescatar la política como el instrumento que busca consensos y que ayuda a avanzar entre todos. En ello no se puede trabajar la idea por la que se sostiene que todos los políticos son corruptos, porque no es verdad la generalización indiscriminada. Lamentablemente, de esa manera, también se desvalorizan los valiosos esfuerzos y entrega a lo público de muchos. Además, ello facilita que se abra la puerta a los que no les importa nada, que logran, de esa manera, asumir a cargos representativos o de gestión gubernamental, sin pudores.
A su vez, en el compromiso con su pueblo, se necesitan políticos que no sean construcciones donde, como productos, se los impone, básicamente, con eslóganes edulcorados, en los que no se explican las propuestas, ni se debaten las mismas, eliminando el necesario intercambio democrático de ideas y planes.
Las decisiones democráticas no pueden quedar sólo en mano de gurúes del marketing político. Esto último se transforma más peligroso, cuando los grandes costos que significa encarar propagandas reiterativas y abrumadoras, que aturden el juicio crítico, puedan terminar financiadas por el narcotráfico, las mafias o la usura, y de esta forma, se anuden compromisos con el poder político, de impunidad y complicidades inaceptables.
Rendición de cuentas
Hay que trabajar una cultura de transparencia y de rendición de cuentas gubernamental, porque la corrupción es hija de la oscuridad.
También debemos comprometernos y participar en democracia, como un imperativo moral. Resulta paradójico que muchos, en estos tiempos, se quejen que tendrán que ir a votar este año, en varias ocasiones. Se lo toma como una carga y no como una oportunidad para que se trabajen los cambios necesarios. Hay que evidenciar con el voto la voluntad del pueblo, incluso desde el voto en blanco, pero es incoherente buscar excusas para no ir a emitir el sufragio, como una rebelión anónima, que tampoco cambia nada.
Mucho más se podría decir en el tema, pero desde lo desarrollado queda claro lo imprescindible que es que se encare la revolución faltante, transformando en poder político la voluntad firme de toda la sociedad de dar vida y eficacia al contenido moral que presupone la plena vigencia del sistema democrático.