Dolorida por los golpes que le propinó su marido, decidió salir con lo puesto de su casa. Fue un comienzo para liberarse del maltrato, pero no puede sola. Por eso, Fabiola Encina llegó a EL DIARIO para contar su historia y pedir ayuda para salir adelante.
El comienzo
“Conocí a quien es mi marido por Internet”, dice esta chilena que hace unos años dejó todo en su país natal para venir a vivir a James Craik con el hombre que la enamoró, Luis Olmedo.
“Cuando llegué, me di cuenta de algunas cosas, pero siempre pensé que podía cambiar”, dijo.
Una de “esas cosas” fue ver que él no trabajaba, así que tuvieron que vivir en la casa de su suegra. “Yo en Chile estaba en el área de relaciones públicas, pero acá me adapté y trabajé de cualquier cosa: cuidaba enfermos, fui ayudante en una peluquería. Pero nada formal”.
Además, asegura que recibía maltrato verbal y psicológico.
Finalmente, decidieron venir a vivir solos, como pareja, a Villa María. Alquilaron un departamento “y la verdad es que estaba muy angustiada porque no sabía cómo lo íbamos a pagar. El tiene un programa de radio pero no cobra sueldo, sino que tiene que buscar publicidad. Y no había conseguido ninguna. A mí, la dueña de la radio me consiguió empleo en la mueblería de un familiar”, relató.
Así empezó su vida en esta ciudad, hace unas semanas atrás. La violencia la había sufrido en varias oportunidades. “En Chile, una vez me pegó y lo detuvieron”, relató.
La “pereza” de su esposo se fue agudizando. Ella llegaba del trabajo a la noche “y estaban las lozas sucias, la cama sin tender y todo lo que había hecho él era tomar mate con amigos”.
El lunes 20 de julio, casi como un presentimiento, salió de trabajar sin ganas de llegar a su casa. Cuando llegó, vio el desorden y “le dije varias cosas, hasta insultos. No entiendo cómo no le gusta surgir y hacer algo por él mismo. Me fui a la cama llorando y él vino, se me tiró encima y me golpeó mal”, señaló.
Dolorida, esperó a que se durmiera y salió de su casa. Buscó ayuda en compañeras de James Craik y recibió el auxilio que le había mandado esa amiga. “Me llevaron al Hospital, donde me revisaron y me dieron calmantes. Además, una médica, que se dio cuenta de la situación, me dio la dirección de una pensión”, dijo.
El vía crucis de la denuncia
Todavía afectada por los dolores del golpe, comenzó a desandar los caminos de la denuncia por violencia. “No sé, conté todo en la Policía, al otro día fui a Tribunales y tuve que exigir yo el botón antipánico”, señaló.
Como le cuesta caminar, y está sin dinero, cada trámite se le hace complicado. “Me dieron el botón, pero al principio no lo supe usar. Me llamaron de la Policía para enseñarme”, relató.
Desesperada, decidió hacer público por Facebook lo que había vivido. “Fue peor, me llamaron de la radio diciéndome que me iban a denunciar por lo que escribí y en el trabajo, me dijeron que me pagaban los días y que después veíamos”.
En definitiva, con unos pocos pesos llegó a la pensión recomendada, donde ahora vive, y allí recibió la contención y apoyo de la dueña del lugar. Pero sigue con la incertidumbre de su futuro.
El lunes, tiene turno con el equipo técnico del Centro de Integración Social (CIS), donde espera recibir el asesoramiento que allí brindan.
“En realidad, a mí me gusta trabajar. No quiero depender de nadie. En Chile tenía tres trabajos y acá se me hace muy difícil conseguir algo formal”, señaló.
Salir del círculo
Fabiola siente culpa. Cree que ella elige mal porque no es la primera vez que es golpeada. Tal vez no sabe que en muchos casos es así, que para salir del círculo de maltrato es necesario contar con ayuda.
“Me separé de mi primer marido porque me golpeaba. Cuando conocía a Luis, hacía ocho años que estaba separada. Estaba en paz, pero me faltaba afecto”, dijo.
Vivió el proceso en Chile y ahora, en Argentina. “No hay muchas diferencias, salvo que allá te llevan a un instituto médico donde certifican los golpes y tenés el apoyo de un móvil para ir a hacer los trámites de la denuncia”.
“Lo que no entiendo de acá, es por qué él está libre y yo ni siquiera puedo sacar mis cosas del departamento”, aseveró.
Fabiola empezó a andar el camino de la liberación del maltrato. Encuentra escollos en algunas instituciones y solidaridad en personas que le extienden una mano.
Necesita salir de ese círculo con trabajo, con techo y con la serenidad de saber que no será seguida por el agresor. Es lo que los políticos en su discurso llaman “empoderamiento”. Pero hasta ahora, es poco lo que se refleja de los discursos en la realidad.