Prólogo
Por Lic. Fabiana León
Acostumbrados a una historiografía que ha presentado a nuestros héroes nacionales en blancos y negros absolutos, la literatura se constituye como espacio de aproximación más sensible a ciertos aspectos del hombre y sus circunstancias y permite completar la información, plantear interrogantes, actualizar problemas.
“El Secreto del General” permite asomarse a una época pasada, de soldados entregados a la construcción de la Nación y a la liberación del continente y a mujeres cumpliendo el deseo de los hombres, pero también sumando corazón y manos a la causa nacional.
Blancos y mestizos, ricos y pobres, señores poderosos y sirvientes nos ubican en los primeros años del sangriento siglo XIX, en el interior de la Patria, en tierra de viñedos.
Peressutti aborda una pequeña historia entre un hombre y un mujer, iluminados por un amor controversial, en días de dificultad y arduo trabajo. Aunque no los nombra, los guiños son los suficientes para encontrar la identidad del Padre de la Patria en este general que se permite el amor, preparando la guerra.
Y entre los bordes de las pasiones humanas que quedan en evidencia, el lector puede acercarse, al menos un poco, a la desbordante personalidad del Libertador, cristalizada en el anecdotario histórico.
Imaginar perdidamente enamorado al autor de las Máximas para su hija, requiere sin duda una mirada despojada de la armadura del relato histórico monocorde y mentiroso, aunque hay que decir que no hay un expresa intencionalidad, en la autora, de ofrecer datos históricos exhaustivos. Por eso no podríamos encuadrarla como novela histórica, en sentido puro: no pretende reconstruir los detalles de la historia grande, del contexto; sólo focaliza la relación entre dos adultos pertenecientes a distintas clases sociales, quienes, según algunas investigaciones, comparten el mismo origen mestizo.
Con esta, su tercera novela, Peressutti da un paso al costado y abandona, sólo por unas páginas, la denuncia social sobre el tráfico sexual y troca personajes reales y actuales, por otros alejados en el tiempo. “Es un gusto que quise darme”, confiesa Alicia, que concibió esta historia cuando su hijo más pequeño, Yaco, crecía en su vientre.
Un respiro para cargar nuevas energías y seguir con la no ficción, con las historias reales del aquí y ahora…
Primer capítulo: La soledad de la mujer
La mujer observaba las montañas. Hacía horas que su figura corpórea yacía inmóvil, de pie, reverenciando los gigantes nevados que llenaban el horizonte.
La mujer observaba las montañas, mientras sus manos de palomar acariciaban el vientre, evidenciando que una semilla germinaba en la concavidad de sus adentros.
El cabello amarronado flameaba empujando por las ráfagas del zonda andino tapándole de a ratos la visión de sus ojos cafés.
La mujer estaba sola, sola con sus adentros germinando. Bajó los ojos dos segundos para encontrar una piedra donde sentar su humanidad. Apenas se apoltronó en la roca, acomodó como pudo la extensa falda color tierra que le llegaba a los tobillos y liberó los pies de la prisión de las sandalias de cuero sobado de guanaco. Unas medias de lanilla la protegían de la intemperie. En un gesto apurado se cruzó el chal por sobre los hombros, haciéndolo frente al aires fresco que se estaba levantando.
La mujer estaba sola, inmóvil ante la inmensidad de los cascos nevados, con los pensamientos surcándole los huesos y el alma burbujeándole en los ojos. Un puñado de recuerdos estaban empezando a anidar en su falda terrosa, el calor de sus manos que acariciaban el vientre, vientre guardián de la semilla.
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