Por Darío Falconi
En el mundo de apariencias en que estamos inmersos, personas sin alma salen a la caza, camuflados, impunes, desenamorados de la vida y enamorados de las drogas, del dinero, de la violencia, del poder.
Joaquín Ramírez es uno de ellos, el diablo de esta novela. Ojeador y proxeneta, engaña y se aprovecha de una familia de escasos recursos. Se lleva consigo a dos jóvenes hermanitas “igualitas como gotas de agua”, para convertirlas en mercadería sexual de los hombres. Las alejará lo más distante posible de su casa, de su adolescencia, de su querida familia… de sus vidas.
Con este marco desolador, Alicia Peressutti nos mete de lleno en ésta, su segunda novela, para que vivenciemos una historia que tiene un profundo trasfondo de realidad. Lo hace con sutileza de escritora, entretejiendo con puntadas de color poético y esperanzador, aquella oscura trama tan cruel para ser real y tan descriptiva para que no lo sea. Necesita contárnosla para esfumar esos demonios que siempre nos acechan, que se esconden tras las máscaras de los hombres cuyas apariencias nos engañan a diario. “El amor es para los más débiles”, sentencia una de las páginas talladas de este libro, sin embargo, es el mismo amor el que da las fuerzas para escapar del infierno, para sobrevivir e imaginar una vida mejor.
Días de esclavitud promete correr la misma suerte que su predecesora, esto es, circular por las manos de quién sabe cuántos lectores que no frecuentan la literatura, ni menos aún, se interesan por esta temática. Sorprende saber que dos textos literarios son las lentes que posibilitan ver el intersticio necesario para hablar de temas vedados como el tráfico humano y la trata de personas.
Muchas veces me pregunté si la literatura servía para algo más que para alimentar el alma y ejercitar nuestro intelecto, hoy puedo decir con plena certeza de que sí.
Primer capítulo
Sur de la Pampa, 2 de agosto de 2005.
—¡Sofía, Sofía…! ¿Dónde estás Sofía? Sofía por favor que estoy desesperada…
Corría y corría en un intento desesperado, hurgando detrás de los galpones, entre troncos descascarados de los eucaliptos eternos, saltando los alambrados del corral. Corría arrancándose los cabellos en manojos, con el terror hirviéndole en las arterias, la sangre a borbotones, a kilómetros de velocidad en un cuerpo maltrecho de presentimientos, de temores guardados bajo los candados de la cordura.
Se detuvo en seco, comprendiéndolo todo de una vez sin necesidad de explicaciones que ayudaran al entendimiento. Tendió la vista hacia el camino y lo vio avanzar hacia ella con una frialdad que helaba el aire adueñándose de todas las situaciones juntas. Prolijo, impecable, caminaba como si los pies no rozaran el guadanal, levitando a diez centímetros del camino. Se aproximaba paso a paso, ajeno a todo contacto con la humanidad circundante, desconociendo los arañazos y patadas del bulto amarillo que intentaba zafar de sus brazos. El llanto de la pequeña era tan lastimero que podía herir a la distancia misma, arrancando al más duro pecho un gesto de piedad, pero este hombre no sabía de compasiones y seguía arremetiendo con andar de acero, ajeno a cualquier grito.
Se detuvo a escasos metros de ella, apretando aún más a la niña, sosteniéndola con la firmeza propia de los que mandan.
Ella se arrodilló ante él, cayendo de hinojos sin dejar, ni por un instante, de mirarlo, inundando el suelo con el agua de sus penas, de sus miedos escondidos. Le costaba hablar, que las palabras fluyeran de su garganta para articular una frase.
—¡Por favor Joaquín! ¡Por favor!
—María, mi dulce María…
—¡Por favor, dame a mi pequeña! ¡Devolveme a Sofía!...
Se ahogó en su propia voz sin poder seguir. Desesperada, con las angustias a flor de piel y el terror agrietándole los labios.
—María, vengo a cobrar mi deuda, vos sabés bien que me debés…
—¡Te lo ruego! Soltá a mi niña. ¡Soltala Joaquín!
—María, mi querida María, sabés como funciona esto…
—¡Por favor! Voy a pagarte con lo que quieras pero dejá a Sofía.
Le decía con un puñado de fuerzas que encontró en lo más hondo de sus adentros de madre, sin poder levantarse, paralizada por el horror de la situación aunque ella estaba acostumbrada a los hechos desesperados, nunca había tenido a su hija como protagonista…
—María, tu niña es preciosa. Tiene rasgos combinados con los colores del Gringo. ¡Ese maldito que te arrancó de mi lado!
Lo dijo inclinando hacia delante el total de su corporalidad en un gesto de entrega, ofreciéndole el cuerpito agitado de la niña. Ella la tomó como pudo, intentando no perder el equilibrio al levantarse con el peso de todas las emociones maltratando las costillas de su humanidad. Agarrotó a su hija contra sí en un gesto de protección de madre, liberando sus instintos de loba capaz de morder al que se le cruzara aunque fuese el mismo diablo en persona.
—¡Dejame vivir Joaquín! Ya sufrí demasiado.
—María, los códigos son códigos. Desde que ese maldito Gringo te robó de mi lado te he estado buscando. Las deudas se pagan aunque sean viejas. Esto es simple: o vos o ella…
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