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Magdalena y Liliana juntas, en el caluroso mediodía de Villa María. Fue ayer, en barrio Las Playas |
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Liliana Viñabal (52) fue criada por Rosa Reynoso y Pablo Aráoz, hoy ya fallecidos. Como su madre biológica, Rosa Viñabal, “trabajaba y viajaba mucho” desde chica recibió el amparo de ese matrimonio y de los doce hijos de éste, quienes fueron una especie de “hermanos-papás”.
Desde que era una beba, Liliana creció bajo la protección de doña Rosa, don Pablo y los doce niños en un hogar de barrio Rivadavia. Fue una infancia feliz.
Concurría a la escuela San Martín, tenía los sueños de cualquier pequeña, jugaba y se divertía con sus pares.
Pero todo cambió bruscamente cuando tenía 12 años. Un día de verano, del cual no recuerda la fecha exacta (ni el mes ni el año), Rosa Viñabal, su madre, irrumpió en la casa de los Aráoz y se la llevó. Exhibió una presunta orden judicial que la autorizaba, por sus lazos de sangre. Dicen que nada pudieron hacer. La vida les había pegado un cachetazo lacerante a todos.
Un lugar inmenso y frío
La nena se encontró, casi de un día para el otro, y por decisión de su progenitora, encerrada en un inmenso colegio de monjas, en Mar del Plata.
Su madre la llevó hasta esa ciudad de la costa Atlántica y la puso como pupila en un establecimiento religioso.
“Recuerdo cuando vino a buscarme, a Villa María. No la conocía, no la registraba. Yo dije: quién es esa mujer. No me quería ir de la casa en que vivía desde chica. Le pedí por favor que me dejara, pero no, decidió llevarme a Mar del Plata”, confesó Liliana ayer a EL DIARIO.
Este cronista y el fotógrafo llegaron a la calle Haití, en barrio Las Playas, a conocer la historia. Sorprendió por su dolor y los designios del destino.
Hace mucho calor en la ciudad y sobre la mesa de esta vivienda, Liliana y la dueña de casa, Magdalena Aráoz (67), la hermana -no de sangre, pero sí de corazón- que la buscó incansablemente durante cuatro décadas, exponen sus sentimientos.
“Me crié solita, a los golpes, mal. Fue muy doloroso. Cuando entré al colegio de Mar del Plata fue muy feo: un lugar grande, frío. Y mi mamá me dejó sola allí. Era mala, ahora que está grande se ha acercado más y está más buena”, confió Liliana.
Rosa Viñabal vive en Necochea, su hija en Campana. Ahora, la mujer se acerca a su heredera, quizás intentando remediar tanto dolor.
“Se la llevó imprevistamente. No tenía ningún derecho. Le rompió todas las direcciones, los teléfonos, los contactos”, expresa con desazón Magdalena. Su hermana del corazón continúa su catarsis: “Tengo tantas cosas para recriminarle... Jamás me dio una explicación. ¿Si le guardo rencor? No, a pesar de todo es mi madre y la quiero”.
Esos días juntos
Magdalena trae a la memoria los días en que jugaba junto a sus doce hermanos y otros tres que sus papás decidieron proteger. Uno de ellos es Lili.
Para los doce chicos, la brusca despedida de Liliana los marcó. “Mi mamá siempre la esperaba”, recuerda, entre lágrimas, Magda. Hoy su mamá ya no está: falleció hace 26 años y luego murió el papá.
“Eramos nenes. Ellos me querían mucho... no sabés lo que fue entrar a ese colegio de Mar del Plata”, expresa Liliana, quien después fue trasladada a un colegio de Balcarce, luego de Morón y finalmente de Bahía Blanca.
A los 16 conoció a su primer gran amor, Jorge, y se casó. Tiene tres hijos de ese matrimonio: uno de 34, otro de 29 y otro de 23. Se separó de Jorge hace 11 años y hoy vive otra relación sentimental.
La carta
“Siempre supe que iba a encontrarla”, asegura Magdalena y Liliana coincide conque creció pensando que algún día el destino iba a reencontrarlos. “Es el destino”, recalcan. Y es así: la búsqueda por Internet fue larga, angustiosa, con muchas piedras en el camino.
Magda y su hija buscaban por la web a todos los Viñabal y a todos los llamaban por teléfono. No había caso.
También solicitaron ayuda en la Policía. Los datos fueron apareciendo. Se encontraron con dos alternativas: una mujer en Campana y otra en Jujuy. “Intuíamos que era la de Campana.”
Hablaron a la Municipalidad de esa localidad, la hija de Magdalena le contó la historia a quien atendió el teléfono y enviaron una carta. El que la recibió era un sobrino del esposo de Liliana, trabajador de la comuna.
Fue en cercanías de la última Navidad. Habían dado con ella, con la pequeña que creció a su lado, con la que vivieron la infancia familiar en barrio Rivadavia. La que se llevaron de un día para el otro, rompiendo sueños, coartando la libertad, hiriendo lazos.
El verano pasado fue de llamadas telefónicas y de diálogos por Internet. Fue el tiempo de los acercamientos, de planear el encuentro cara a cara. El que llegó el viernes a la tarde en la Terminal de Villa María.
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