Carmen, una niña colla con gorra de lana, mira la cámara de Lucas y apenas si hace un gesto. Durante ese instante fugaz, la nena traspasa el “click” de los relojes con el aura de una raza que vive afuera del tiempo. En otra escena, dos hombres viajan en el asiento contiguo de un colectivo en Bolivia, y sin hablarse ni mirarse han devenido en compañeros de viaje. La Nikon de Marcela capta el momento de esa breve amistad silenciosa. Más allá, en la blanca tierra de Uyuni (Bolivia también) un trabajador apalea cascotes de sal bajo un cielo de plomo. Su silueta de obrero se refleja en un suelo que parece de hielo y la imagen es registrada por la lente de Sofía Massó, con asombrosas reminiscencias de los primeros dibujos de Van Gogh, de mineros belgas a la carbonilla. Por último, en la Copacabana más desierta del planeta (la playa semivirgen de un lago boliviano) viejas barcas duermen panza arriba como ballenas ancladas en el muelle de la vida. Entre pescadores con sombreros de paja tejida, las naves esperan volver a zarpar como un modo de resurrección. Y de esa pintura social da cuenta la instantánea de Walter Civell.
Estas son algunas de las fotos que pudieron apreciarse en la muestra que colgó hasta el 8 de julio en el Leonardo Favio. Sus autores no eran profesionales o reporteros gráficos venidos de Estados Unidos, pero dada la asombrosa calidad artística podrían haberlo sido. Eran (y son), en cambio, chicos de nuestra ciudad, jóvenes que están terminando la Tecnicatura en Fotografía Digital en la Escuela F5 y que, antes de hacer la tesis, decidieron salir al camino y lanzarse en un “viaje iniciático” al fascinante mundo del norte; ese que más que un mapa es un territorio étnico que sigue latiendo como una invitación a la percepción.
Toma el tren hacia el norte
Estamos en la estación de trenes de Villa María con Lucas, Sofía, Walter y Marcela, y es como si estuviéramos en la escenografía simbólica de toda odisea; porque esta plataforma es como un muelle de Itaca en donde empiezan todos los viajes, tanto hacia el exterior como hacia el interior de la ciudad. Y entonces les pregunto a los cuatro por qué se fueron tan lejos de casa durante casi un mes; qué les hizo tomar trenes, colectivos, aviones y hacer auto-stop en las rutas.
“Fuimos al norte con la idea de conocer otra cultura y registrarla con la cámara -explica Lucas-. La idea de llegar hasta Machu Picchu fue de Walter. Y cuando la tiró, todos dijimos que sí. Pero también nos interesaban mucho los lugares intermedios, como las ciudades de Jujuy, Potosí o el Salar de Uyuni, en Bolivia”.
Por su parte, el “ideólogo” Walter comenta que “hay una materia en tercer año que consiste en organizar viajes. Y con esa cátedra fuimos a San Luis, Mendoza y Buenos Aires. La escuela siempre nos incentiva a tomar el tren para hacer fotos y le hicimos caso”.
-¿Es necesario viajar tan lejos para hacer buenas fotos? ¿Qué pasa con Villa María o Villa Nueva? ¿No tiene interés para ustedes?
Marcela: -No es que no tenga interés, lo que pasa es que en tu ciudad te habituás a los paisajes y no podés ver las cosas como la primera vez, con esa inocencia de lo que te fascina. Y esa mirada nueva es lo que más te incentiva a fotografiar.
Lucas: -Uno trata de fotografiar lo que le llama la atención, desde la gente que camina por la calle hasta la arquitectura y los colores. Y acá, las cosas ya se han vuelto demasiado cotidianas.
Sofía: -Es como dicen los chicos. Yo soy de Bell Ville y siempre que vengo a Villa María encuentro fotos hermosas. Pero no me pasa en mi ciudad. Allá dicto un curso y tengo alumnas de Marcos Juárez. Una de ellas siempre me dice “¡Mirá todos los paisajes que tenés acá! ¡No debés parar de sacar fotos ¿no?!” (risas).
-¿Cómo es que pudieron hacer tantos retratos de gente del norte? ¿Pedían permiso?
Marcela: -Cuando hice la foto del colectivo, por ejemplo, los pasajeros no se enteraron. Y creo que eso fue mejor, porque cuando la gente tiene conciencia de la cámara a veces la escena se rompe. Otras veces, si tenés tiempo y podés charlar con ellos, podés hacer retratos más personales y eso también está muy bueno.
Sofía: -Le queríamos sacar fotos, por ejemplo, a las cholitas que venían con los nenes al hombro. Y si vos les preguntabas, te decían que no. Había un cierto rechazo y lo entiendo, porque estaba lleno de turistas mirándolas como si fueran bichos raros. Una vez me sorprendí porque una mujer bajaba con su telar y al verme me dice “¿me querés sacar?”. Y por cierto que le dije que sí.
-O sea que no les fue fácil entenderse con la gente de Bolivia y Perú…
Lucas: -La gente del norte tiene una cultura muy introvertida, y es necesario adaptarse a ese silencio sin querer imponer nada. A veces, era más fácil hablar con los chicos, como Carmen, la nena de Jujuy que fotografié y puse en la muestra. Ellos miran a los extranjeros con más simpatía.
Walter: -Alguien nos dijo que cuando les sacan una foto, los originarios del norte sienten que les sacan algo de su alma. Pero a nosotros no nos interesaba sacarles nada, sólo testimoniar sus vidas.
-¿Cómo fue la recepción de la muestra en el Leonardo Favio?
Lucas: -Hubo muchísima gente el día de la inauguración y no era para menos: éramos cuatro fotógrafos y cada uno llevó su propia hinchada (risas). Como muchos se quedaron sin verla, nos pidieron que la subiéramos a una página. A lo mejor a los lectores de EL DIARIO les pasa lo mismo…
Y Lucas sonríe y me pasa el link (
http://lucaschena5.wix.com/hacia-el-nortee) Allí se podrán ver las imágenes de un viaje que captó paisajes desérticos y urbanos, mágicos y humanos. Y sobre todas las cosas, una iniciación de la percepción que plasmó fabulosos instantes fuera del tiempo; esas fotos compuestas por un ojo en combinación con una fría lente y un emocionado corazón.
Iván Wielikosielek