Si te lo cruzás en la calle, de día, tranquilamente te lo podés confundir con el verdulero de la esquina. Pero no.
Con su abundante cabellera a dos aguas, obeso, vestido con remera y pantalón de estricta opacidad, munido de sendos racimos de dedos gruesos, el hombre se para frente al auditorio y empieza a recorrer las seis cuerdas de la guitarra con la destreza de un verdadero crack. El símil verdulero, que tocó junto a Mercedes Sosa, Dino Saluzzi, Al Jarreau, Chucho Valdés y B.B. King, ganador de cinco premios Gardel y considerado el mejor solista instrumental de la década según los Konex, está ahí, como Maradona haciendo jueguitos con una naranja.
Anoche, ante un Teatro Verdi semi ocupado, se presentó el virtuoso guitarrista Luis Salinas junto a una experimentada banda de acompañamiento, integrada por Jota Morelli en batería (ex Fito), Pino Lozano en teclados (ex Spinetta), Matías Méndez en bajo y Gabriel Bustos de Córdoba, como invitado, en flauta traversa.
Sin mediar demasiadas palabras y agradecimientos y casi obviando el descanso entre tema y tema, el artista se despachó en una hora y media de show con extensos planeos sonoros en distintos estilos, desde aires folclóricos, pasando por swings jazzeros (con precisos diálogos con Jota), aportes de candombe y bossa hasta una deliciosa balada rock -por la cual trocó una guitarra electro-acústica por una seductora viola eléctrica- con mayor expansión sonora y punteos frenéticos que redondearon una verdadera cátedra de técnica interpretativa y derroche de placer, casi orgásmico, de la manufactura musical. Verlo así, en trance, saboreando cada nota, recortado por un haz de luz, permitía recordar al Pappo blusero, cuando sólo primaban los sonidos. La comparación no es azarosa. En ambos se halla esa innata búsqueda de la supremacía estética a través de las seis cuerdas.
Juan Ramón Seia
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